Socialdemocracias
A mi entender, las diversas concepciones y formas prácticas de socialdemocracia surgidas a partir de la segunda mitad del siglo XIX en el mundo occidental pueden agruparse en dos corrientes opuestas y, aun así, convergentes en su finalidad –una corriente anticapitalista y una corriente procapitalista–, aunque probablemente sea más lícito hablar de una corriente básica, más o menos unitaria, que evoluciona en el tiempo y el espacio desde una doctrina de matriz marxista hasta una praxis, esencialmente social, de carácter reformista que, convertida en formación política con diferentes denominaciones, termina instalada en el seno de las democracias parlamentarias de la vieja Europa.
En cualquier caso, considero que el mayor logro de las socialdemocracias es, hasta ahora, la instauración del Estado de bienestar en diversos países del centro y el norte de Europa durante la segunda mitad del siglo XX.
Ese logro, visto como resultado de un plan táctico-estratégico, me lleva a pensar que, posiblemente, lo más inteligente para luchar contra la explotación capitalista es, al menos en determinadas circunstancias, empezar por dejarse explotar y, sobre todo, aprender.
Entiendo que el que aprende supera la inexorabilidad de las leyes de la naturaleza, mientras que, en este caso concreto, el que no aprende perpetúa la explotación y, en cierto modo, la justifica.
Por lo demás, parece evidente que hoy las socialdemocracias no pretenden acabar con el capitalismo –orden sociopolítico y modo de producción–, sino alumbrar, con su ayuda, una sociedad en la que los que menos tienen tengan, como mínimo, lo necesario y lo suficiente para vivir con la dignidad que les corresponde como seres humanos de pleno derecho.
Naturalmente, a la postre podemos/debemos pensar en una sociedad que abarque toda la humanidad.
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