¿Patriotismo o desintegración?
Durante bastante tiempo quise pensar ingenuamente que el patriotismo, en cuanto sentimiento de pertenencia, actuaría como clave de bóveda y, tras superar todas las diferencias ideológicas, uniría a los españoles de izquierdas y derechas en un proyecto colectivo y por colectivo nacional.
Eso es, al menos, lo que ocurre en sociedades con una conciencia nacional sólida que se enfrentan a situaciones no iguales pero sí parecidas a la nuestra.
No ha sido así, y, ahora, el panorama presente y futuro de España me produce una tristeza difícil de soportar.
Palabra clave: traición.
Empecé a vislumbrarlo hace ya más de cuarenta años y en un principio me negué a aceptarlo como una fatalidad histórica.
En el tardofranquismo –década de los años sesenta del siglo XX– se planificó la aniquilación de España, aniquilación que empezaría con el Estado de las autonomías y, a través de un extraño federalismo asimétrico, llevaría a su desaparición como realidad política, social e incluso histórica.
Según ese mismo plan, de ahí saldrá un ruedo ibérico balcánico que será colonizado –de hecho, ya lo está siendo desde hace tiempo– por agentes del catalanismo reivindicativo que, a la postre, asumirá el control interno de los diversos territorios y su representación exterior.
Está previsto que la Unión Europea acepte gustosamente el cambio por entender que se trata de una cuestión interna (cambio de dirección política) y una mejora para todos en términos de eficiencia e incluso de representatividad democrática.
Me cago en la madre que me parió.