¿Independencia o soberanía? Nace una nación, muere un reino
Por lo que sé, intuyo y me malicio, los separatistas catalanes no quieren la independencia –una república catalana– ni hoy ni en un futuro previsible.
A juzgar por sus trajines y tejemanejes, lo que realmente quieren en estos momentos es una nación progresivamente soberana dentro de un Estado español en proceso de demolición.
Ellos no sólo dirigen y, probablemente, dirigirán esa demolición sino que además y sobre todo se benefician de los recursos del Estado anfitrión/opresor y los utilizan para crear estructuras de estado propias.
El objetivo a medio plazo es hacer del Reino de España un estado fallido.
Ese será el momento en el que la nueva nación emergente asuma la hegemonía de los territorios ibéricos y sustituya al poder central.
Mientras tanto nuestros separatistas se harán con el control de todo el Levante, desde Murcia hasta más allá de la frontera francesa, incluidas, naturalmente, las islas Baleares; según ellos, eso supone casi una tercera parte del actual territorio español y una población cercana a los quince millones.
Está previsto que los ciudadanos de la nueva nación tengan doble nacionalidad (catalana y española), lo que les permitirá circular libremente por todo el territorio peninsular y ocupar cargos de responsabilidad en todas las administraciones autonómicas y, de manera especial, en la Administración del Estado español, mientras que los habitantes de la meseta ya no podrán circular libremente por los territorios de la nueva nación y mucho menos ocupar cargos de cierta relevancia en su Administración.
Resumen: la parte se impondrá al todo por la sencilla razón de que tendrá su parte en exclusiva y, simultáneamente, seguirá estando presente en el todo y además lo dirigirá y lo controlará.
Ya ahora, un ciudadano catalán, por muy separatista que sea, puede ocupar cargos de responsabilidad en la Administración estatal e incluso llegar a ser jefe del Gobierno de España, mientras que un ciudadano español tiene vedado el acceso profesional y/o político a las instituciones catalanas.
El paso siguiente será la toma oficial del poder político del antiguo Reino de España por las élites del nuevo Estat Català. El poder económico y mediático ya lo tienen en gran parte desde hace tiempo y, además, lo irán incrementado hasta entonces.
Está previsto que la mencionada toma del poder sea en apariencia una sustitución en la cúpula y, por consiguiente, un asunto interestatal para que no intervengan ni la Unión Europea ni la ONU.
En estas circunstancias tal vez sea conveniente volver a leer lo que Antonio Gramsci escribió sobre hegemonía y bloques hegemónicos, sólo que en este preciso momento parece que habría que conceder menos importancia a los medios de producción y a la cultura popular y más importancia al poder financiero y a los medios de comunicación por su capacidad de controlar y manipular la realidad social y, stricto sensu, democrática.
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