Hace unos tres decenios escribí un extenso artículo sobre la necesidad imperiosa de que el PP y el PSOE, a la sazón partidos políticos claramente mayoritarios en el ámbito español, firmaran un pacto de Estado para hacer frente a la conjura del separatismo catalán que yo había visto con toda claridad algunos años antes.
A pesar de la injerencia de los conjurados, previsible y prevista, el artículo fue publicado finalmente en el diario ABC.
Por desgracia, el escrito no provocó el efecto deseado, ya que tuvo una incidencia mínima en el curso de la actividad política española. PP y PSOE siguieron ignorándose recíprocamente y siguieron ignorando la magnitud y el apremio de la conjura urdida y puesta en marcha por los separatistas catalanes durante el franquismo y desde dentro del franquismo, aunque también es cierto que a partir de entonces he sido objeto de una persecución ad hominem que, a pesar de dejarme en situación de muerte civil (¿a perpetuidad?), doy no sólo por merecida sino también por bien empleada si a la postre contribuye, aunque sea mínimamente, a salvar la unidad de España e impedir su desintegración. Vayan por delante, pues, disposición y ofrecimiento.
Por lo demás, la conjura separatista es en estos momentos, octubre de 2016, una amenaza tan grave como real.
Por eso celebro el acuerdo alcanzado por el Partido Popular, el Partido Socialista y Ciudadanos, en la esperanza de que ese acuerdo se traduzca en un pacto de Estado que, además de permitir la investidura de Rajoy y asegurar la formación de un gobierno sólido y estable para España, cristalice de una vez por todas en medidas que garanticen su unidad en el futuro.
Creo que los tres partidos implicados tienen plena conciencia de la gravedad de la situación actual y van a hacerlo. En realidad, el pacto ya está sellado y si hablo de triple Alianza es porque entiendo que esos tres partidos están dispuestos a poner coto a las acciones desintegradoras en el seno de nuestra Patria.
En lo concreto o, si se quiere, en el día a día de la política parece que el Partido Popular tendrá que pelear cada proyecto de ley o, más concretamente, cada votación en la línea popularizada por el Cholo Simeone, partido a partido, lo que puede dar lugar a una lucha agotadora para los miembros del Gobierno y en especial para su jefe. El escenario político, de suyo complicado en razón de la distribución de las fuerzas en liza, se ve agravado una vez más por la presencia activa/destructiva de los separatistas catalanes en bloque, caracterizados por una irreductible deslealtad.
Una vez instaurado el incumplimiento de la ley con carácter de hecho consumado y por lo tanto inamovible/irreversible, esos mismos separatistas practican ahora con total impunidad y descaro el juego sucio de la intriga permanente, tanto en esa parcela -Cataluña- que ya consideran de su absoluta y exclusiva propiedad como en el conjunto de España, país que planean dominar a partir del control de sus instancias de poder y representación democrática.
La catalanización de España tiene, pues, dos aspectos: de una parte, la implantación de una manera de ser y actuar basada en el engaño sistemático y, de otra, el control, previa usurpación, de las estructuras del Estado.
En esas están.
Se trata, pues, de una conjura en toda regla. Por eso, desde un principio esos mismos separatistas se cuidaron de que la palabra definitoria de su manera de pensar y actuar fuera estigmatizada y erradicada de nuestro vocabulario político.
Ellos lo decidieron y se lo impusieron a los «ingenuos» españoles.
Espero y deseo que, por fin, los españoles se enteren y acudan a defender a su Patria con todos los medios legítimos y legales de que disponen.
Esa es, a mi entender, la primera y principal tarea de nuestra triple Alianza.