América y Europa: imperialismo y Estado de bienestar
A mi modo de ver, las palabras make America great again (hacer nuevamente grande a América), pronunciadas en repetidas ocasiones por Donald Trump, contienen en síntesis tanto el objetivo como el programa político que el presidente electo de Estados Unidos desea y piensa llevar a la práctica en su mandato.
De ahí es fácil colegir que para Trump una América nuevamente grande es una América que vuelva a ocupar su lugar como potencia militar dominante en el mundo.
Si fuera así, podríamos pensar que el hombre aún no se ha enterado de que los mejores tiempos del imperialismo militar de Estados Unidos pertenecen al pasado y no es muy probable que vuelvan. Nos lo dicen a diario fenómenos como la globalización con su nuevo espíritu de los tiempos y la emergencia/consolidación de varias superpotencias económicas capitaneadas por China, junto con el declive, tan visible como inexorable, de Estados Unidos tras medio siglo de hegemonía militar, política y económica con su consiguiente desgaste.
Wait and see o, lo que es igual, esperemos a ver qué pasa.
Mientras tanto, la vieja Europa sigue luchando con sus demonios históricos, incapaz de articular un proyecto político-económico unitario; Alemania, pequeña gran potencia continental, aún concita demasiada aversión y demasiados recelos.
Es cierto que varios países europeos con larga tradición democrática instauraron hace algunas décadas regímenes centrados en la atención a su respectiva sociedad civil, dando lugar a lo que después se llamaría Estado de bienestar, pero lamentablemente la fragilidad de esos regímenes ha puesto de manifiesto a su vez la fragilidad de su obra maestra.
Hoy el Estado de bienestar en sus diversas modalidades está en peligro, como está en peligro el socialismo en sus múltiples versiones, atacado simultáneamente desde dentro y desde fuera. Para mí eso significa en la práctica que el socialismo ha perdido sus señas de identidad como ideología y sobre todo como proyecto concebido y desarrollado en torno a un programa social.
Tanto en España como en Francia, Italia, Holanda y Reino Unido, entre otros países europeos, el socialismo ha derivado, en cuestión de décadas, desde una matriz marxista y revolucionaria hasta la actual socialdemocracia, ideología que en su praxis se confunde a menudo con el socioliberalismo preconizado en Francia por François Hollande y Manuel Valls.
Con ello hemos llegado a un socialismo no socialista.
De acuerdo con ese panorama diría que, dentro de nuestras fronteras, es la hora de Rivera y sus ciudadanos, a un lado, y de Pablo Iglesias y sus podemitas, a otro.
Claro, claro, sin olvidar a Miquel Iceta, agente doble y lacayo de una burguesía tan desleal como insolidaria, al igual que los demás conjurados de un inexistente Partido de los Socialistas de Cataluña.
Añadir comentario