Donald Trump y el último sueño americano
Donald Trump, nuevo presidente de Estados Unidos, se ha apresurado a exponer las líneas maestras de su política nacional e internacional. Para ello le ha bastado con tres nombres propios y poco más.
A este hombre se le entiende todo, lo que dice y lo que no dice.
Primero, América, o sea, Estados Unidos; después, Reino Unido e Israel. Si se quiere, un triángulo con un espacio interior y un espacio exterior.
Política patriótica y nacionalista a partir de Estados Unidos, con dos aliados preferentes –Reino Unido e Israel–, cada uno de ellos en su sitio y con su misión. El Reino Unido recobrará su función histórica de vigilar de cerca a Alemania y su nueva política expansionista, mientras que Israel seguirá con su tarea de observar, a ser posible desde la distancia y en la oscuridad, todo lo que ocurra en el área de Oriente Próximo y Oriente Medio para informar de las novedades a su amo y señor.
Naturalmente, tanto a Estados Unidos como a Israel les interesa conocer, a ser posible con antelación, los movimientos de tropas que se produzcan en el espacio geográfico que va de Siria a más allá de Afganistán, toda vez que ese espacio viene a coincidir en líneas generales con el mundo árabe-musulmán formado por más de 1.200 millones de seres humanos.
Potencias económicas y militares de la región: Turquía, Arabia Saudí, Irán y Pakistán.
El objetivo a corto y medio plazo es mantener tanto a esos países como a los jeques del desierto con sus tribus respectivas en guerra permanente para que compren armas con el dinero del petróleo y utilicen esas armas para destruirse recíprocamente, de modo que ellos — Estados Unidos y sus aliados– hagan negocio y el pueblo elegido tenga paz y pueda seguir adelante con la colonización de Cisjordania.
Parece ser que, después de Reino Unido e Israel, las preferencias de Donald Trump son para Putin, cuya colaboración le resulta poco menos que necesaria no sólo para completar el cerco a Alemania sino también y sobre todo para tener a Rusia a su lado, no enfrente, en el conflicto con China, que probablemente se producirá tarde o temprano.
Para entonces, cabe pensar que el poder de Estados Unidos habrá disminuido considerablemente en términos absolutos y relativos, mientras que el de Rusia y China habrá alcanzado cotas con las que ni un Donald Trump podría soñar para su país.
Se prevé que en el plazo de unos diez o quince años, Estados Unidos tendrá que abandonar su política imperialista so capa de vigilante del mundo y optar por una política autárquica de subsistencia, lejos ya del primer plano internacional.
Eso es, más o menos, lo que he leído en varios papeles extranjeros.