La hora de la justicia y más allá
Imagino que, a la postre, el Estado español tendrá que resolver la crisis catalana e instar y/o aceptar la formación de un govern mínimamente homologable en términos democráticos.
Supongo que, llegado el momento, no le será difícil encontrar una docena de subalternos de segundo rango dispuestos a hacer méritos y sacrificarse por el país.
Y a buen seguro que lo harán.
Eso nunca fue difícil; y tampoco, que los designados prometan jurar la Constitución y todo lo que haya que jurar y prometer. El problema con esos subalternos, como con los anteriores, con todos los anteriores, es conseguir que respeten la palabra dada y cumplan lo jurado y/o prometido.
Y, si eso nunca fue fácil en el pasado, tenemos derecho a pensar que tampoco va a serlo en el futuro, un futuro que se me antoja muy negro para los españoles, menos para aquellos que hemos abandonado toda esperanza en la redención, por un acto de lealtad, de un colectivo humano siempre distante y disidente.
Para nosotros, sabedores de que nadie puede dar lo que no tiene, ese futuro es sencillamente desesperado.
En cualquier caso, antes de restablecer el organigrama de la Generalidad con todos sus cargos, supongo que el Estado español obligará a los responsables directos del golpe de Estado del 1 de octubre pasado a comparecer ante la Justicia. Según mis cálculos, entre cien y ciento cincuenta en total. De ellos, algo así como el ochenta por ciento será declarado culpable. Todo -repito- según mis cálculos.
Considero que el separatismo catalán ha sido derrotado pero no aniquilado. Sus dirigentes políticos han quedado desacreditados en términos políticos, en términos económicos, incluso en términos morales, pero el catalanismo social -pequeñoburgués y burgués-, ese que va de los botigers a los ejecutivos de segundo nivel y los que ejercen profesiones liberales a escala local y/o regional, pasando por todo el colectivo de la Enseñanza, un sector de la Sanidad y el grupúsculo más beligerante y cismático del clero, sigue vivo y probablemente seguirá vivo.
Eso sí, atrapado en el masoquismo de una minoría oprimida secularmente y condenado al irredentismo de un colectivo humano que, a mi entender, nunca fue ni pueblo ni nación.
¿Naciúncula? Facción, sólo facción.
Nota.
Xavier Trias ha manifestado en un medio de comunicación: «El Estado nos planteó un pulso y nos ganó del todo». Personalmente considero que fue la Generalidad de Cataluña la que hizo un pulso al Estado español al infringir gravísimamente la Constitución, y, como es lógico, lo perdió.