El laboratorio catalán: de la izquierda antisistema a la derecha fascistoide
Meses pasados, cuando la izquierda antisistema fue aupada -¿incomprensiblemente?- al poder en Cataluña, la burguesía condal se apresuró a poner el grito en el cielo y a expresar de manera clarísima su disconformidad con la situación y la previsible intención.
La conjura independentista catalana responde por encima de todo a un movimiento burgués, y ahí está la burguesía para recordarlo y hacerlo valer cada vez que alguien intenta romper la hoja de ruta con sus sucesivas etapas y actuar por su cuenta y riesgo, sin respetar las directrices del proceso como empresa finalista y global.
Había que enderezar el rumbo y se enderezó.
El encargado de la tarea ha sido un subalterno desconocido del gran público pero con nutrido currículum como activista e ideólogo de un catalanismo radical en el que por primera vez en mucho tiempo se exhiben ideas de clara inspiración militarista y supremacista. La ultraderecha se ha instalado en la Generalidad de Cataluña.
¿Qué ha ocurrido?
En mi opinión, el bandazo ideológico significa en esencia un salto cualitativo de consecuencias decisivas para el catalanismo e incluso para España en su conjunto, pues entiendo que éste podria haber abandonado para siempre la política de la puta i la Ramoneta, propia de la Transición democrática protagonizada por los Pujol y los Maragall con su eterna e infatigable brega hecha de actos de deslealtad, medias verdades y declaraciones de amor a España, en su línea más burguesa y de acuerdo con su táctica de dos pasos adelante y uno atrás; naturalmente, siempre con la puerta abierta, por si acaso.
El seny que no falte.
Cabe imaginar que tanto el subalterno elegido como el momento fijado para la operación responden a un cálculo minucioso y se inscriben perfectamente en la hoja de ruta separatista. La novedad radica en la personalidad del agraciado, un segundón de nombre Quim Torra que ha cumplido los cincuenta y ha hecho carrera en el seno del independentismo radical.
Su designación podría interpretarse como una prueba real de que el Avi Jordi Pujol y su manera de hacer política han pasado definitivamente a la historia y de que el presente y el futuro inmediato de Cataluña pertenecen a personas que ahora tienen entre cincuenta y sesenta años y, sintiéndose moral y anímicamente libres de los complejos de sus abuelos, exhiben una actitud política decididamente agresiva.
Esa es, en mi opinión, la nueva apuesta del catalanismo independentista.
Si así fuera, probablemente tendríamos que abandonar el cliché del separatista sumiso, pactista y cobardón de nuestra historia para empezar a pensar en una persona con ínfulas de superioridad intelectual y étnica, junto con una presencia prepotente y en ocasiones incluso provocativa.
A mi modo de ver, el nexo de unión entre los dos clichés seguiría estando en la perfidia y la doblez.
En cualquier caso, hoy estoy convencido de que Cataluña llegará a tener un ejército propio.