Las tres industrias de mi vida
En realidad son tres industrias y dos vidas.
Tres industrias: actividad laboral-profesional del que suscribe, crianza y educación de nuestros hijos, Miguel y Ana, y rehabilitación de la Casa de los junquillos.
Dos vidas: la de mi esposa Margarita y la mía.
En cierto modo, mi actividad laboral-profesional abarca unos cuarenta años, pues la inicio cumplidos los treinta y la dejo en el umbral de los setenta. Primero, como traductor y, después, como colaborador editorial en sentido amplio. Actividad gratificante y enriquecedora en varios sentidos. El editor me remunera con generosidad y me honra con su amistad. Yo le pago en trabajo y entrega. Trabajo a domicilio, sin horario; entrega total, sin límite de horas.
El editor fallece y yo dejo el trabajo ipso facto; alguien se me ha adelantado y me ha declarado hombre muerto. Aun así, mi intención fue siempre dedicar los últimos años de mi vida a mis investigaciones y, si me quedaban fuerzas y tiempo, a mis escribanías.
En realidad, mi condición de hombre muerto (muerte civil) coincide con una cadena de crisis realmente única: crisis económica europea, crisis del mundo editorial, crisis del libro de papel, crisis del arte, crisis de la pintura y, at last but not least, crisis socio-política de Cataluña.
Cambio de industria. O, si se quiere, de tercio. No me gustan los planes de pensiones.
Me hago cargo de una casa de vecindad con cinco viviendas y cerca de treinta moradores.
Elaboro un proyecto de rehabilitación a largo plazo. De ahí saldrá la Casa de los junquillos. Pero sigo adelante con las rehabilitaciones. He superado de largo los treinta años y aún no he terminado. En cualquier caso es bastante mejor que un plan de pensiones, incluso en términos de rentabilidad.
A principios de los años ochenta, cuando nacieron nuestros dos hijos, Margarita y yo teníamos a punto el sistema educativo que deseábamos para ellos. En ese momento, yo ya la había convencido, basándome en mi propia experiencia, de que lo mejor era proporcionar a los niños una formación de corte europeo, ni local ni localista.
Enviamos a nuestros hijos al Colegio Alemán. Acierto pleno.
Los dos terminaron sus estudios con éxito y, cumplidos los veinticinco años, empezaron a trabajar. Hasta hoy.