El papa Francisco en TV
Son tantos y tan graves los problemas (¡pecados!) que acosan hoy en día a la Iglesia católica o, si se prefiere, a su clero, que parece obligado reconocer que la otrora santa (¿divina?) institución se enfrenta a una crisis que amenaza su existencia misma.
Crisis a la vez endémica y sistémica, según han reconocido voces autorizadas. De hecho, la patología abarca todo su cuerpo desde hace siglos.
Situación límite y, para muchos, terminal.
Tal vez por eso, la comparecencia del papa Francisco en televisión, el domingo, 31 de marzo, por la noche, había despertado cierto interés en nuestra sociedad, que, se diga lo que se diga, sigue siendo mayoritariamente cristiana y católica, aunque sea sólo por inercia y a falta de un recambio globalmente válido.
Como hace ya tiempo que desaparecieron de la escena pública predicadores y exégetas de dogmas y teologías pertenecientes al más allá, se comprende que en su comparecencia ante las cámaras de TV, el buen papa Francisco, siempre preocupado por los más necesitados, centrara su atención en casos concretos, aunque procurando respetar en todo momento el guión pactado, máxime habida cuenta de que se trataba de una entrevista.
En conjunto, lo visto y oído hasta ahora en el convulso universo católico me ha llevado a la conclusión de que el actual sucesor de Pedro está ahí no para evitar que se consuma la debacle de la Iglesia institucional sino para salvar sus muebles con un mensaje dirigido a los desheredados de la fortuna y, si es posible, bajo la fórmula de doctrina social de la Iglesia.
En cualquier caso, no vi a Francisco ni muy confiado ni muy identificado con su tarea, tampoco muy preparado intelectualmente, pero en cambio vi en sus ojos atisbos de una picardía que me es familiar por mediterránea.
Sinceramente, no creo que Francisco vaya a salvar a la Iglesia de la ruina, pero es probable que le infunda algo de su sentimiento de solidaridad con los que más sufren. Falta le hace.
Añadir comentario