El progresista Errejón ante el caos progresivo de este país
Aquí entiendo caos simplemente como desorden y me refiero en concreto a esa situación que puede y suele producirse cuando varias personas se reúnen para tratar asuntos de su interés.
¿Asuntos políticos? Puede ser.
Con un poco de suerte entonces podremos ver que lo que empezó como una conversación más o menos civilizada se va transformando paulatina o rápidamente en un debate en el que todos y cada uno de los presentes/participantes no sólo procuran exponer sus ideas sobre asuntos comunes, sino también y sobre todo imponer a los demás su opinión y en definitiva su criterio sobre materias de su particular interés.
La conversación se ha convertido en un debate y el debate en una batalla pseudodialéctica de todos contra todos.
Con un poco de suerte puede ocurrir que a la postre alguien consiga imponerse gracias a la fuerza de sus razonamientos y argumentos y se llegue a una solución del problema más o menos pactada y democrática.
Pero también puede ocurrir y de hecho ocurre con más frecuencia que ninguno de los hablantes/vociferantes/gesticulantes consiga acallar a los demás y se entre en una espiral en la que todos gritan y nadie escucha.
Estamos en un caos progresivo y retroalimentado, caos que cada uno que interviene agranda y agrava.
Llegados a ese punto, yo procuro seguir el consejo de Ludwig Wittgenstein en su conocido Tractatus Logico-Philosophicus: «De lo que no se puede hablar hay que callar», que traducido a mi lenguaje particular dice: «En situaciones de caos, el silencio es a menudo la respuesta más racional y democrática».
Las declaraciones de Íñigo Errejón en sus últimas comparecencias en la escena pública de este país -no España- me han inspirado las reflexiones precedentes y, por encima de todo, me han llevado a dudar profundamente de su lealtad.