Prosélitos y subalternos: Rufián y los de su cuerda
Entiendo que, en este predio que fue siempre una región española y ahora es, a mes a mes, una república imposible, el prosélito es por lo común un charnego de suburbio con ocho o más apellidos andaluces y extremeños que, aunque ahora responde al nombre, pronombre o sobrenombre de Oriol o Pere Jaume y habla catalán -catalán de suburbio o, si se prefiere, català de rodalies-, aún no ha conseguido ni integrarse en la comunidad del rovell de l ‘ ou ni ser conocido y reconocido como igual por sus miembros con genealogía de sabra.
No obstante, el prosélito procura medrar y pillar cacho como los que, antes que él, quisieron cubrir la ruta de Europa y se quedaron aquí, a las puertas.
De hecho, muchos de ellos no tardaron en buscar el amparo de alguno de los partidos políticos adscritos al procés, avant la lettre, y tutelados por la Generalidad con sus incontables entes asociados.
Los que lo intentaron y consiguieron llevaron a cabo su propia promoción socioprofesional y, sin dejar de ser prosélitos, se convirtieron en subalternos.
Habían resuelto por elevación y para un futuro previsible todos los problemas de la andorga y su condumio.
Uno de ellos es Gabriel Rufián, prosélito convertido en subalterno y ahora erigido en portaveu de un partido independentista en el Congreso de los Diputados.
Eso me lleva a pensar en la posibilidad de que el muy Rufián sea nombrado un día embajador de la República de Cataluña en los Madriles, capital de todas las Españas que es fan i es desfan.
Nota
Considero que mi caso es distinto. Desde que tengo memoria, mi familia se ha dedicado al trapicheo y desde entonces vengo pensando que mi vena intelectual es un enigma de la mente humana y/o de los designios de la Providencia.