Más allá de las añagazas y los subterfugios
No tengo miedo a la muerte.
Sí, no le tengo miedo.
Quiero pensar que, en este caso, la muerte es sólo un dativo, ni caso.
Me considero un patriota español del siglo XX.
Entiendo que todo patriota tiene compatriotas y contrapatriotas.
Y, también, que, por definición, el patriota es belicoso y beligerante y guerrero y agresivo.
En definitiva, al patriota nada humano le es indiferente.
Gracias al ilustre y muy leído judío nacido en la germánica Trier, entiendo también que el patriotismo es una ideología o, al menos, parte esencial de una ideología y, tanto en un caso como en otro, una forma de alienación.
Ahí me sitúo yo en cuanto ser humano que es y está en el mundo.
Entre los que, según mi madre, mataron a mi padre, Miguel Ibero Alonso, en septiembre de 1936, trabuco en mano, y los que ahora quieren matar y están matando a España a golpe de traición, decido permanecer fiel a España.
¿Estoy condenado a vivir y morir como un asesino?
De lo único de lo que puedo dar fe, tras una vida plagada de añagazas y subterfugios, es de que me tengo por un ser humano y, como tal, por una criatura alienada y enajenada.
Añadir comentario