La España con la que sueño
Como me tengo por un ultraidealista o, si alguien lo prefiere, por un ultra idealista, sueño ingenuamente con una España asentada en dos partidos contrapuestos y recíprocamente compensados y equilibrados: un partido de izquierdas y un partido de derechas.
Dos partidos leales y fuertes, cada uno con su ideología y, por lo tanto, cada uno con sus propios intereses y su parroquia, pero los dos unidos, por encima de todo ello, por un sentimiento de pertenencia único y unitario, de acuerdo con el modelo implantado hoy en las sociedades nacionales más avanzadas y progresistas de nuestro entorno cultural, social y político.
El hecho es que formamos parte de la civilización occidental con su manera de entender y organizar la vida social y la actividad política.
Fruto suyo es el actual Estado de derecho, que, según un criterio generalizado entre expertos y estudiosos, marca la cota más alta alcanzada hasta ahora por las sociedades nacionales en el ámbito de la vida comunitaria y la gestión pública de sus actividades, en especial la política, la económica y la estrictamente social.
¿Y entonces qué hacemos con nuestros odiosos y queridos separatistas?
Para mí la respuesta, incluida la solución del problema, es muy sencilla, pues viene dada en nuestra Constitución y quiero suponer que en la Constitución de todo Estado de derecho: «Al ciudadano o, lo que en este caso es igual, a todo ciudadano sólo se le puede exigir el cumplimiento de la Ley y el acatamiento de la Constitución».
Dime, Jordi, hijo de Jordi, ¿volverás a hacerlo?