La muerte como experiencia y transición
Llegado a la vejez con su ineludible y progresivo repertorio de achaques, limitaciones y servidumbres, me ha parecido no sólo conveniente sino incluso obligado empezar a pensar en la muerte como experiencia humana-ultrahumana y/o transición física-metafísica.
Durante los años de vida plenamente consciente y activa mi gran preocupación ha sido España, cuyo presente y futuro he vivido con angustia.
Ahora, acaso más prosaico y egoísta, he decidido dedicarme a poner orden en mi cabeza, que es mi hogar, y, siguiendo la propuesta de don Miguel de Unamuno, dejar a los muertos la tarea de enterrar a sus muertos.
¿Soy tal vez un representante trasnochado y traspapelado de la generación del 98 o será acaso que hay dos generaciones del 98 y, sin saberlo, yo pertenezco a la segunda, la de 1998?
También esta nos sitúa ante un desastre nacional, tal vez el último y definitivo.
En cualquier caso, Unamuno nos enseñó que hay tareas de muertos y tareas de vivos.
Me resigno, pues, y, decidido a poner orden, empiezo por la economía, que, según los griegos, es ley de la casa y por lo tanto abarca todo lo que hay en ella y se hace en ella; en una palabra, su administración.
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