¿Tiene el español alma de esclavo?
El proyecto o, por mejor decir, la conjura viene de lejos. Podemos imaginar que se inició en los años cincuenta de ese siglo que ya es historia, bajo la dictadura de Franco, circunstancia que obligó a sus promotores, pertenecientes a la burguesía catalanista, a disfrazarse de devotos feligreses de la Santa Madre Iglesia para susurrar con voz montserratina: Volem bisbes catalans! (¡Queremos obispos catalanes!)
Con la instauración de la democracia formal en España, esa misma burguesía afianzó su posición en su predio natural e histórico y en el plazo de pocos años consiguió copar, una tras otra, todas o casi todas las instancias autonómicas de decisión y representación, con el consiguiente control de la población, para, acto seguido, instaurar en la región una dictadura encubierta cada vez más activa y poderosa.
¡Hoy todas las instituciones autonómicas de Cataluña son ilegítimas e ilegales!
El paso siguiente fue cruzar el Ebro y tender puentes con los sectores más desleales de la izquierda española, hasta establecer toda suerte de alianzas y pactos contra natura con un Podemos traidor a la clase trabajadora y un PSOE desnaturalizado o, si se quiere, degenerado: ni socialista ni obrero ni español.
Resultado: entidades burguesas y organizaciones obreras, unidas en una conjura contra la sociedad civil y, en definitiva, contra España y los españoles. Ellos, a mandar; nosotros, a cumplir órdenes.
Por de pronto, Pedro Sánchez, desleal a España y al socialismo, ya ha entregado el presente y el futuro de Cataluña a Salvador Illa en funciones de buen separatista y ha confiado los territorios de la España profunda a Miquel Iceta, personificación de la perfidia fenicia, al tiempo que se ha reservado para él la función de capomastro.
Los tres juntos –Sánchez, Illa e Iceta– forman ahora el trío encargado de hacer saltar por lo aires a España, patria querida e irrenunciable, con sus estructuras, con su historia e incluso con su nombre.
Si, como dice Hegel, esclavo es aquel que lo supedita todo a la supervivencia, yo pregunto: ¿tiene el español alma de esclavo?
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