¿Tres planes para una España nueva?

Entiendo que,  a partir del año 1978, con la instauración en España de un régimen político mínimamente democrático o, cuando menos, formalmente democrático, a los españoles se nos ofrecieron a priori tres maneras de configurar el ordenamiento político de lo que en lo sucesivo y respondiendo al espíritu de los nuevos tiempos iba a ser y a llamarse este país.

Plan constitucionalista o Plan Aznar

Plan socialista o Plan Pedro Sánchez

Plan catalán o Plan Iceta

Transcurridas más de cuatro décadas desde la fecha inaugural de la llamada Transición democrática (1978), me atrevo a afirmar que esas tres concepciones de nuestro ordenamiento político siguen vivas como sendas realidades sociopolíticas parciales, bien que sometidas en su conjunto  a una deriva que hasta ahora ha ido y  va inexorablemente del centro a la periferia, de Castilla a Cataluña, del constitucionalismo con sello del Partido Popular, representado por  Aznar, al catalanismo actual, insolidario y desleal, de Iceta, con el socialismo sui generis del ambicioso Pedro Sánchez como momento de un equilibrio siempre inestable y precario.

Ahora mismo  me inclino a pensar que Pedro Sánchez, con su autoconciencia de gran Estratega, está convencido de que terminará imponiéndose a sus rivales  de dentro y fuera de su ámbito  social y socialista, de izquierda y derecha, españoles y antiespañoles.

En definitiva –y siempre en mi opinión–, su objetivo es llevar a España y los españoles de la monarquía parlamentaria a lo que él considera una república realmente democrática.

Para ello  deberá imponerse antes, de manera contundente,  a los separatistas catalanes de Miquel Iceta, con sus infinitas argucias  y su irreductible deslealtad.

Por lo que sé,   la criatura, conocida en este predio como Perfidia Iceta, tiene capacidad para hacer mucho daño a los españoles, incluso para hundir a España en el caos social, político y económico (de hecho ya lo está haciendo), pero no de presentar un proyecto mínimamente aceptable en términos económicos y políticos a la sociedad, ni siquiera a la catalana.

¿Dónde están los caudales para financiar  la creación y puesta en marcha de una administración estatal catalana? ¿Alguien cree realmente que España va a pagar su propia destrucción y, acto seguido, su suplantación por la República de Cataluña?

Hoy por hoy creo  más bien que lo que los españoles deben hacer, y desearía que hicieran, es aprovechar las posibilidades  que ofrece la España vacía, incluso las franjas costeras, para reducir su dependencia del turismo y, en contrapartida,  aumentar el peso específico del trabajo realmente formativo y productivo.

El emporio económico creado en torno a Madrid  es un ejemplo a seguir. Ese emporio reclama ahora la colaboración de un personal que va desde operarios de diferentes profesiones hasta emprendedores y ejecutivos capaces de dirigir la nueva economía y explotar debidamente sus posibilidades.

Ya ahora, Madrid y su entorno superan en actividad económica a Barcelona e incluso a toda Cataluña.

Hacer de España un país atractivo en términos de oportunidades laborales es una manera inteligente de combatir el separatismo insolidario.

Eso significa para mí que el chantaje separatista está a punto de dejar de funcionar.

 

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