Pablo Iglesias: el productor ninguneado y autodespedido
Confieso que no tengo, ni de lejos, los conocimientos necesarios para hacer una valoración global de la decisión de abandonar su cargo en el Gobierno de Pedro Sánchez tomada por Pablo Iglesias Turrión y aparecida en los periódicos nacionales en los últimos días.
Tengo, sí, una idea o, si se quiere, una teoría sobre el comportamiento de Pedro Sánchez con el ahora dimisionario, basada en precedentes históricos y más concretamente en lo que sé o creo saber sobre el carácter de uno y otro, aquí y ahora sobre Pedro Sánchez como jefe y superior y sobre Pablo Iglesias como subalterno y subordinado.
Rivalidades personales aparte, considero que Pedro Sánchez ha procurado estar en su sitio y mantener en todo momento la debida distancia con su ambicioso y en cierto modo incontrolable compañero de gabinete para que no se le echara encima e invirtiera las posiciones y funciones respectivas.
A mi modo de ver, el jefe ha sido siempre jefe y ha defendido su autoridad con autoridad, de modo que el subordinado ha terminado por aburrirse, según sus propias palabras, y ha tomado la decisión de dejar el cargo.
Lo que no ha dicho hasta ahora Pablo Iglesias, quizás porque siga sin saberlo, es que posiblemente la actitud de su jefe haya respondido en este caso a la conocida táctica de hacerle el vacío hasta que se ha cansado y, mientras tanto, no tuviera a nadie en quien descargar su frustración.
Creo incluso que muy probablemente Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno y ministro de Derechos Sociales, ha dejado su cargo porque en verdad se aburría, pero ¿cómo es que no ha reclamado antes sus competencias -derechos y obligaciones- y así fundamentar su decisión en un trato injusto por discriminatorio?
Bajo el régimen de Franco, como la legislación laboral protegía sistemáticamente al trabajador (llamado entonces productor), al menos en ciertos aspectos, cuando un empresario quería despedir a alguno le amargaba la vida hasta que saltaba y dejaba el puesto de trabajo por decisión propia, pues así no tenía que indemnizarle.
Moraleja
Con Franco y sin Franco, la ambición y la vanidad siempre fueron malas consejeras para la andorga y la faldriquera (por faltriquera).