Vae victis!
A estas alturas resulta evidente que los separatistas catalanes llevan décadas maquinando el plan táctico-estratégico que, según ellos, debe llevarlos por la vía de la traición a la consecución de su objetivo capital: una Cataluña suprasoberana, dentro y fuera pero sobre todo por encima de una España reducida a la postre a un conglomerado de territorios teóricamente autónomos y en la práctica desprovistos de toda estructura de Estado.
Y, mientras tanto, ¿qué hace España y qué hacemos los españoles?
A mi entender, nada o muy poco; nunca lo suficiente para detener la conjura separatista y acabar de una vez por todas con los conjurados.
De hecho, mientras los separatistas llevan tiempo trabajando en una conjura centrada, en última instancia, en la destrucción de España, los españoles seguimos sin tener siquiera un plan para defenderla e impedirlo.
Eso me lleva a pensar que, muy probablemente, el futuro de España será decidido, una vez más, en el extranjero y por extranjeros y, por lo tanto, que para nosotros tendrá carácter de hecho consumado y, en consecuencia, de imposición inapelable.
Y aunque los separatistas, fieles a su estrella, sigan pensando que al final conseguirán engañar al mimísimo demonio y salirse con la suya, tal vez no esté demás pensar en el día después de la gran traición, pues si es verdad que los tiempos cambian también lo es que determinadas situaciones históricas tienden a repetirse inexorablemente, aunque sólo sea por la incapacidad del ser humano para aprender ciertas lecciones del pasado.
Entre esas lecciones aún no aprendidas abundan las que tienen un fin trágico para uno de los bandos, cuando no para los dos con todos sus contendientes, traidores y traicionados, habida cuenta de que, en última instancia, unos y otros son responsables de la traición.
En este caso se trata de la traición que probablemente decidirá el ser o no ser de España como nación.
Vae victis!
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