Obama: el precio de la victoria y el pecio de la derrota
Quien lo desee puede afirmar que, salvo una intervención in extremis del ojo invisible a través de su mano invisible, Barack Obama va a ganar las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Salto cualitativo que nos lleva a recordar a John Fitzgerald Kennedy y, al recordarlo, a esperar con zozobra no sólo el nombramiento del representante demócrata sino también y sobre todo el cumplimiento completo y pacífico de su mandato. Kennedy fue víctima de los intereses del complejo económico-industrial montado en torno al Departamento de Defensa estadounidense, pues escrito está: «Es necesario que muera un hombre para que vivan un pueblo y su ejército». Han pasado cuarenta y cinco años. El pueblo sigue vivo, el ejército vomitando fuego y matando seres humanos como dios manda, el dios de la guerra. God bless America.
Sabemos que Kennedy, el desdichado, no tenía red protectora y, por lo visto y vivido, tampoco ángel de la guarda. Su muerte física fue también la muerte temporal de una esperanza y un proyecto que llegan ahora con otro nombre, con otro hombre, con otro color. Kennedy era «ideológicamente» católico, Obama es socialmente mestizo. Su presencia con valor de aparición abre las puertas de las instituciones democráticas, al menos de algunas de ellas, a las masas urbanas y suburbanas. Es la hora del mestizaje, de la negritud, de la Hispania fecunda, de la democracia masiva, participativa y virtual. Es la hora de la red.
Se sabe y se dice que el secreto del más que probable triunfo de Obama está en la red. Ahí se deciden ahora las batallas electorales. Pasó el momento de los mítines mulitudinarios, tan americanos, y ha llegado el momento del chateo vis-à-vis, a cuatro ojos. El ciudadano participa y elige directamente, sin mediación, a su representante.
Si un día se dijo que sólo existía lo que aparecía en televisión, ahora habrá que cambiar el enunciado, puesto que ha cambiado el medio; el medio da a conocer la realidad y, por lo tanto, la crea y la recrea, la inventa.
Esa es la tendencia actual, acaso una tendencia imparable, aunque, de momento, las minorías oligárquicas siguen controlando la situación; concretamente, el núcleo duro y profundo de la realidad económica, política y social de Estados Unidos, ejemplo paradigmático de democracia formal al servicio de oligarquías auténticas y reales. Cabe pensar que la refriega será larga y dura. De momento, conocimiento-difusión todavía no es igual a poder. Hay cosas que se saben y se sabe que son injustas y están mal, y, a pesar de todo ello, siguen ahí para vergüenza de todos. En la práctica, toda injusticia lleva implícitos siempre o casi siempre uno y mil actos de cobardía. El injusto es injusto porque el justo es cobarde, y el justo es cobarde, y por lo tanto injusto, porque lo supedita todo a la supervivencia. Ese es su imperativo categórico.
Es posible que la victoria de Obama signifique el fin de un ciclo histórico y convierta el Departamento de Defensa estadounidense en un gigantesco montón de chatarra, en un inmenso pecio, el pecio de la derrota, la derrota de un modelo económico basado en la guerra como fuerza motriz. ¿Quién dijo que el combate (por guerra) es el padre de todas las cosas?
Resumiendo: la red facilita el conocimiento y la difusión de las noticias y, por lo tanto, de la realidad, a la vez que impide en buena medida el control sigiloso y doloso de la información, pero no totalmente. Para llegar a ese fin habrá que pasar de la democracia representativa a la democracia participativa, lo que requiere a su vez el alumbramiento y la acción de una sociedad civil adulta en la línea propugnada por la Ilustración. No va a ser fácil.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿nacerá de la crisis que ahora se inicia un nuevo orden económico, un nuevo orden político, un nuevo orden social?
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