Hombre acabado, hombre resucitado; hombre resucitado, hombre nuevo
Pájaro bobo se ha pasado toda su vida profesional entre libros. Entró en el mundo de la letra impresa por la puerta de la traducción y encontró en él gratificante y cómodo acomodo. La traducción le permitía leer, aprender y cobrar. Todo a la vez y repetido. Hubo un momento en el que, cautivado por tan suculento momio —cobrar por aprender—, renunció tácitamente a su secreta y frustrada vocación de escritor o, para ser menos inexactos, a sus vanidosas ansias de inmortalidad. A partir de ese momento dejó de leer para dedicarse a releer y dejó de escribir para seguir reescribiendo. Todo, o casi todo, en aras de la pasta gansa y los elogios que le dedicaba su jefe. Éste le distinguió con su amistad y, sin decirlo, hizo de él un asesor personal. El buen hombre quería que, cuando él se retirara, Pájaro bobo continuara en la empresa con un cargo de responsabilidad, y así se lo hizo saber a su sucesor, pero éste, que evidentemente tenía otra idea en la cabeza, le contestó: «El señor…. está acabado».
Corría el año 2000 de nuestra era. Pájaro bobo tenía entonces una más que aceptable posición profesional y económica, pero los nubarrones que iban acumulándose en el horizonte nacional y regional le hicieron tomar conciencia de su futuro a la luz de las reveladoras palabras del heredero y sucesor. Por eso, cuando le cortaron la luz y le dejaron a oscuras («adivina quién te ha pegado»), se quedó tan tranquilo y, después de instalarse en su búnker de pladur con ventanas a la calle, se puso a escribir para la poste.
Ahora, Pájaro bobo da las gracias a todos cuantos, a su manera, le ayudaron a enterrar el hombre acabado, a resucitar de entre los hombres acabados y, a través de la resurrección, a ser un hombre nuevo. Sin su colaboración, a todas luces decisiva y beneficiosa, no habría escrito ni éstas ni otras muchas líneas. El libro de la vida de Pájaro bobo es en parte obra suya.
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