El Poeta y el Menesteroso
Casi cada mañana, con la del alba, Pájaro bobo recibe la visita astral del Poeta de la Granja, madrugador, responsable, sensible, siempre atento al detalle. Por eso sabe que es él, pero también porque el visitante acaricia las teclas del ordenador con becqueriana mano de nieve y luego desaparece, silencioso, nunca furtivo, en su vuelo astral de regreso a los Madriles. Ahí, en las teclas, están las improntas de sus dedos y en la pantalla, cristal ahora opaco, el rastro de su vuelo. Es él, es él. El Poeta es el que era y el que será, siempre en vuelo.
¿Que cuándo voy yo, Pájaro bobo, de visita a las Batuecas? Zaratustra tiene la palabra.
Tan pronto como ha desparecido el Poeta de la Granja, Pájaro bobo se asoma a uno de los ojos de buey de su búnker de pladur, a tres metros sobre el nivel del mar de la Sargantana, a cien leguas marinas de las islas Columbretes, y contempla al Menesteroso, mano izquierda de la Providencia, que llega con condumio abundante y calentito para los superinos.
Pájaro bobo: Buenos días, hombre de Dios.
Menesteroso: Buenos días…
Pájaro bobo: ¿Cuántos superinos tiene usted?
Menesteroso: ¿Cuántos supe…. qué?
Pájaro bobo: Cuántos gatitos.
Menesteroso: Tres, pero ahora la «sianesa», espera una camada.
Pájaro bobo: Usted es una buena persona…
Menesteroso: ¿Cómo?
Pájaro bobo: Que usted es una buena persona.
El Menesteroso lo mira, le da las gracias y se aleja sonriendo como quien no da crédito a sus oídos.
Efectivamente, el Menesteroso, que lo es porque lo ha de menester, es una buena persona y, para los superinos, un buen padre.
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