Juan Bernabeu o el agradecimiento

Suena el teléfono.

–¿Ramón Ibero?

–Sí.

–Soy Juan Bernabeu.

–¿Cómo estás?

–Bien.  Bueno…  Mira,  te llamo porque quiero pedirte disculpas.

–¿Cómo?

–Que quiero pedirte disculpas por el  incidente del paseo.

–Ah, ya. Lo había olvidado. De eso hace como mínimo  dos años.

–Sí, sí. Pero yo no  lo  he olvidado.  Según los médicos, tengo  fecha de caducidad, y no me gustaría  morir con ese peso en la conciencia.  Además quiero darte las gracias por todo lo que hiciste por mi hermano Pepe.

–Has conseguido ablandarme el corazón. Me dan ganas de llorar. Nunca he vivido una situación parecida.  Y de lo de tu hermano Pepe hace ya más de veinte años.

—Puede ser.  Pero yo lo he tenido siempre presente,  aunque no te lo haya dicho. Si quieres, vienes a casa y sellamos nuestra  amistad con un abrazo.

No fui a verle. Me acordé muchas veces de él, de su anonadador  gesto de sinceridad y agradecimiento.  Y ese agradecimiento suyo generó en mi un agradecimiento acaso no tan expresivo pero  igualmente sincero.

Gracias,  Juanito.

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