Guerra sucia Cataluña-España

A mi modo de ver, en una guerra sucia, como la actual, entre Cataluña y España siempre ganará Cataluña.

¿Por qué? Pues sencillamente  porque los españoles, faltos de inteligencia y patriotismo, nos enteramos  tarde, mal y nunca de los males de España, mientras que los catalanes  se pasan la vida perpetrando intrigas y conjuras y, como es lógico,  saben lo que quieren si ganan y saben lo que deben hacer si pierden.

En cualquier caso, los catalanes llevan años colonizando y desmantelando el Estado español y construyendo la nación catalana. A medio plazo, los catalanes tienen pensado atenazar al Estado español, apoderarse de sus instituciones y catalanizarlas.

Táctica y estrategia del cangrejo ermitaño, política de la puta i la Ramoneta.

Una cosa debemos dar por cierta: esta vez no habrá represalias, sólo cambios de chaqueta.

 

Más allá de Borges

A mí me habría gustado no haber nacido, pero, de no haber nacido, ¿podría desear o haber deseado yo no haber nacido?

Posible respuesta:

… der Mensch kann tun was er will;   er kann aber nicht wollen was er will…

… el ser humano puede hacer lo que quiere o lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera.

A mi entender, eso significa que el ser humano puede hacer todo lo que está dentro de sus posibilidades, pero sólo puede querer  o desear lo  que tiene cabida en su imaginario, no todo,  no lo que quiera.

Borges teológico

En uno de sus relatos cortos Borges se plantea, más o menos,  el siguiente problema teológico o seudoteológico:  ¿puede Dios eliminar algo y dejarlo todo como si ese algo no hubiera existido?

De ahí pasa a preguntarse si Dios puede eliminar algo y hacer que ese algo no haya existido en absoluto.

En mi opinión, el problema está planteado  en términos humanos y, por lo tanto, probablemente  mal planteado, pues,  si partimos del supuesto de que Dios es y está fuera  de la dimensión espacio-temporal,  para Dios no hay algo que ha sido, algo que es y algo que será.  Podemos pensar que para Dios todo está y sólo está.

Así, pues, a mi entender  la pregunta sería: ¿puede  hacer Dios  que algo que está deje de estar y no esté?

España: ajuste del sistema económico, no reforma laboral

A la vista de las abundantes y aleccionadoras experiencias de Europa y sus  naciones, no dudaré en afirmar  que lo que España necesita con urgencia, desde hace años, es un ajuste integral y  equilibrado de todo su sistema económico, no una reforma laboral concebida y vendida como apaño por vía de apremio.
¿A qué jugamos? Evidentemente, a lo que hemos jugado durante toda nuestra historia.

Históricamente, el sistema económico español presenta dos patologías  gravísimas  de muy difícil tratamiento y aún más difícil curación: una endémica falta  de productividad y un no menos endémico desequilibrio  orgánico.

Para colmo, en esta etapa histórica del capitalismo la economía especulativa –llámese bolsa, banca, mercados o Gran Hermano– manda descaradamente sobre la economía productiva e impone dolosa y furtivamente su ley a empresarios y obreros.

La falta de productividad y rendimiento es propia de los países meridionales, en este caso  de los PIGS, mientras  que el desequilibrio nace, al menos en mi opinión, del espíritu especulador del ser  humano  y en la práctica aparece  íntimamente ligado con el  modo de producción europeo o, en otras palabras, con nuestro capitalismo.

Lo que deja no se deja o, si se prefiere,   sólo se deja lo que no deja.

Marx vaticinó que los desequilibrios congénitos e irreconciliables del capitalismo provocarían su autodestrucción en forma de una última y definitiva crisis sistémica, más a corto que a largo plazo.

Evidentemente no ha sido así y de momento  no parece que vaya a ser así, aunque sólo sea por falta de alternativas.  Pero a estas alturas de la historia de la humanidad  es obligado admitir que el capitalismo actual es muy diferente del de hace cien o ciento cincuenta  años,  pues,  volens  nolens, ha aprendido no sólo a hacer concesiones que la clase obrera se ha apresurado a contabilizar y capitalizar  como conquistas propias y avances sociales –¡que lo son!– sino también a mejorar la operatividad de su máquina productiva con  ajustes y reajustes, más o menos amplios y profundos, que le han permitido superar  crisis  y conjurar amenazas que ponían en peligro su existencia presente y futura.

En la práctica,  desequilibrios orgánicos y crisis operativas, una vez digeridas y asimiladas,   han contribuido a mejorar la salud del capitalismo y a ampliar sus expectativas de vida.

A mi modo de ver, una reforma laboral con cargo a la clase trabajadora  exigiría  –¡necesariamente!– como contrapartida una reforma laboral con cargo al  empresariado, pues por más que el  judío alemán nacido en la romana Tréveris diga que el capital del asalariado son sus brazos (¿lapsus o perfidia?),  hoy en día el asalariado piensa y, como piensa,  tiene derechos y formula exigencias.

Ahora, la Europa de las naciones y las democracias aceptablemente operativas nos enseña que el equilibrio de la máquina económica de un país  exige  a su vez un equilibrio  de las relaciones laborales  y un equilibrio del conjunto de la sociedad civil.

En definitiva,  la democracia, si quiere ser funcional, operativa y duradera,  debe responder a un pacto bona fide  entre las partes. Hoy nadie es más listo que los demás y, sobre todo, nadie acapara tanto poder como para  imponerse a todos los demás sin tener en cuenta los derechos y las aspiraciones de éstos.

Personalmente considero que los españoles deberíamos aprender de quienes  han   decidido reducir de manera uniforme y equilibrada –¡voluntariamente!– su jornada laboral, y consecuentemente sus ingresos,  para no mutilar ni arruinar  irracionalmente la máquina productiva, por no hablar de quienes han renunciado a dos semanas de vacaciones pagadas, convencidos de que, a la larga,  ese  regalito o Bescherung  es perjudicial para la ciudadanía.

Es posible que,  a la vista de tan democráticos e inteligentes ejemplos, algún asalariado de  estas tierras comprenda que, para luchar contra la explotación, tal vez lo más acertado es empezar por dejarse explotar y que, dentro de ciertos límites,  los trabajos mejor remunerados son aquellos en los que más  se aprende.

Por el contrario, trabajar sin aprender convierte al ser humano en víctima y verdugo de sí mismo, al tiempo que lo recluye en un círculo que perpetúa su explotación.

La convivencia  humana, fruto de un egoísmo racional, cristaliza en una relación simbiótica que tiene su origen en la naturaleza y, muy concretamente, en el instinto de supervivencia de los animales irracionales:  depredador y depredado se necesitan mutuamente para vivir y sobrevivir.

¿Y qué pasa  entonces con los parásitos?

Catalanes

He dedicado mucho tiempo a estudiarlos. Creo que sé algunas cosas de ellos.

Por ejemplo, que,  llegado el caso, son capaces de supeditarlo todo a la supervivencia.

¿Qué dice Hegel de aquel que lo supedita todo a la supervivencia?

La catalanización de España

A mi modo de ver, entender y sentir, la catalanización de España, que lleva años en marcha,  consiste en imponer a todas sus instituciones  (naturalmente, también al  Ejército) y a su sociedad civil el modus operandi  contenido en la política de la puta i la Ramoneta. Hechos consumidos y consumados, y cumplimiento de la ley ad libitum.

Pregunto: ¿cuánto falta para que quede abolida –¡prohibida!– la palabra España en este país?

Hace años, alguien con mando en plaza me aseguró que, tan pronto como se traspasara la línea roja, habría una intervención tajante y contundente.

 

Síndrome de lloca

Margarita, ángel entre  humanos, ha decidido congregar en torno a ella a las personas por las que vive y se desvive.

El Insomne, en agradecimiento, le regala una flor  hecha palabra con halo de primicia.

Eso, Margarita, es el síndrome de la lloca.

Jordi Pujol o la frustración del Avi

Después de beneficiar con muchísimo interés, durante décadas, la política de la puta i la Ramoneta, Jordi Pujol, conocido en este espacio virtual y sólo en él como el Avi de la cigronada,  tenía pensado, calculado y programado subirse oficialmente al carro de la  Cataluña soberana en el último tramo del camino que, ya con la meta al  alcance  de la mano, debía conducir de manera inexorable a la independencia del país.

Pujol ben Gurión para la historia del nuevo pueblo elegido y redimido.

Pero todo parece indicar que no será así. Al menos de momento.

El pobre hombre, ya en el último tramo del camino  de su vida,  se siente ahora  frustrado. Y sobre todo traicionado.

En lugar de memorias,  memento mori.

Doña Marta, compungida: Digues,  Jordi, què fem ara amb el nostre Oriol?

El traje de los políticos en TV

Como estamos en tiempos de crisis y la inmensa mayoría de los españoles tiene que apretarse el cinturón, pregunto:

¿Por qué los políticos –todos o casi todos– lucen un traje nuevo y distinto, o poco menos, cada vez que aparecen en  televisión?

 

Tàpies: entre el ego y la sobriedad

Como el nombre de Tàpies figura desde hace más de cinco décadas  en la historia del arte y su obra está presente en numerosos museos de todo el mundo, algunos de ellos tan selectos como prestigiosos, habrá que rendirse a la evidencia y convenir en que lo suyo o es arte o tiene que ver con el arte.

Evidentemente, también es lícito afirmar que existe un arte mayor y un arte menor, sobre todo en tiempos como los nuestros en los que la precariedad y la contingencia o, si se prefiere, los relativismos alumbrados por la globalización  han acabado con la inmensa mayoría de los valores absolutos de implantación social   y entre ellos con la belleza ideal como referente supremo y obligado de la creación artística de los seres humanos.

A mi entender, las creaciones de Tàpies —stricto sensu ni pinturas ni  esculturas ni bajorrelieves– pueden contemplarse en su conjunto  como una modalidad de la llamada arte povera italiana. Se trata por lo general de objetos humildes, domésticos y cotidianos a los que mediante una manipulación elemental, no siempre amorosa, este artista-artesano-bricoleur infunde el sello de una  fortísima personalidad entendida, según se quiera, como manifestación auténtica  de su ser o como  máscara y forma alienada  de él.

Es cierto que Pablo Picasso acertó a construir una cabeza de toro con un manillar y un sillín de bicicleta, una boca de babuino con dos cochecitos de juguete e incluso a suspender en el aire una  figura humana con la sola ayuda de un  rudimentario trampantojo, pero  también es cierto que el pequeño y pícaro malagueño con los ojos como cochinillas tenía ángel, el ángel del genio,  y además  había pasado hambre, mucha hambre, tanto en la Barcelona de principios del siglo XX como en el París de la bohemia, mientras que el catalán Tàpies, miembro de una familia de la sociedad bien habiente y bien pensante de Barcelona, eligió para su actividad una parcela  pobre en recursos estilísticos y pobre en motivos como materia prima.

Ahí tal vez sólo un demiurgo puede alumbrar un arte superior.

Se ha dicho que Tàpies se pasó los últimos treinta años de su vida activa repitiendo temas y técnicas. Es posible, pero, con las debidas salvedades y variantes, eso  o algo parecido les ocurre a la inmensa mayoría de los creadores. Incluidos, claro está, los de la pluma.

El tiempo nos dirá qué hay de auténtico y perdurable en la obra de Tàpies, más allá del llamativo contraste entre una personalidad con visos de egolatría y una actividad presidida por la sobriedad  y centrada en la dignificación, no meramente  estética,  de  muchos de  nuestros objetos  más cercanos.