La novela

Hoy Pájaro bobo se ha levantado decidido. Esta misma semana se la enviará a Álvaro, para que la lea, y a una editorial, ya sabe cuál, para ver si quiere publicarla. La dejará tal como está, sin correcciones, añadidos, cortes o recortes. Lo que él quiere es salir del atollladero y, más exactamente, del punto muerto. ¿Novela? Sí, una novela; no de intriga, pero con intriga. ¿Título? En la última página.

Nota
No se aceptan mensajes de condolencia.

Ojos y oídos

Una cosa es ver y otra cosa es mirar; una cosa es oír y otra cosa es escuchar. Mirar es a ver lo que escuchar es a oír. A ver si lo vemos y lo miramos bien, pues, bien visto y bien mirado, para oír bien hay que escuchar bien. Después, que cada uno mire y escuche lo que quiera de todo aquello que, en un primer momento, ha visto y ha oído sin querer o queriendo.

Valores universales, valores absolutos

A Jon Juaristi
Le/lo lee alelado como un lelo. Con admiración y complicidad. Para Pájaro bobo es uno de esos intelectuales, tan raros en España, que se mueven con dignidad entre la literatura, en cuanto letra y forma o accidente, y el pensamiento, en cuanto racionalidad y realidad (sólo lo racional es real).
Por esa y otras razones, Pájaro bobo se permite recordar ahora que los valores universales no son absolutamente universales y los valores absolutos no son universalmente absolutos. Al menos, en el ámbito humano; al menos, a su modo de ver y entender. De hecho, cada ser humano tiene o puede tener sus valores absolutos, mientras que los valores universales poseen un valor propio y diferente para cada ser humano. Aquí, lo universal no es absoluto y lo absoluto no es universal.
Los valores se inscriben por definición/convención en una estructura jerárquica de representación vertical, pero, curiosamente, podemos hacer bascular esa estructura jerárquica de representación vertical hasta acomodarla a un plano horizontal, de modo que lo jerárquico y jerarquizado se nos muestre como fenoménico y lo ético o moral aparezca como social y todo ello en conjunto como humano o antropológico. En ese supuesto, las manifestaciones de la cultura, por ejemplo, dejarán de aparecer a nuestros ojos y a nuestras mentes como creaciones superiores y/o sublimes del espíritu humano y quedarán estricta y exclusivamente como obras realizadas por integrantes/representantes de una sociedad o una civilización. Además, la medida nos permitirá incluir en el ámbito de la cultura manifestaciones que no responden en modo alguno a los criterios convencionales/tradicionales basados en la excelencia. En el caso de España, procesiones, corridas de toros, ciertas delebraciones populares, etcétera.
Dos preguntas ingenuas e intempestivas
¿No es cierto que, una vez emitido-recibido un mensaje abierto, lo que sale de cada cabeza es siempre y necesariamente diferente de lo que entró en todas ellas?
¿No es cierto que, una vez emitido-recibido un mensaje (abierto o cerrado), lo que sale de la cabeza es siempre y necesariamente diferente de lo que entró en ella?
(Ahí está la televisión con sus imágenes y, sobre todo, con sus mensajes para verlo, entenderlo y comprobarlo.)

Profesor Blawinsky, el mago de Plasencia

A José Luis, vecino y amigo

Hace muchos años, cuando Pájaro bobo vivía en Plasencia y aún no se llamaba Pájaro bobo, su hermano Miguel, bastante mayor que él, le contó que una vez, con motivo de las ferias y fiestas de la ciudad, que se celebraban y siguen celebrándose a principios de junio, se instaló en la explanada de San Antón, entre el Acueducto y el Nido, un circo húngaro, ruso o indio de la India. Su número más misterioso y emocionante consistía en un experimento de magia o, para ser exactos, de hipnosis colectiva.

El mago, presentado en carteles y prospectos como Profesor Blawinsky, era un hombre alto y enjuto de voz solemne con acento de zíngaro de Transilvania y mirada profunda como el averno. Nada más pisar la pista, inició su ritual con mucha química y mucha prosopopeya, entre juegos de luces y sombras, humos y polvos de enervante fragancia. Como remate, y a fin de crear plenamente el clima requerido, pasó varias veces su varita mágica por encima de las cabezas de los asistentes con mano poderosa y dominante, advirtiéndoles sin parar que a nadie le ocurriría nada malo. Él tenía en todo momento el control de la situación y, si observaba alguna presencia sospechosa o simplemente extraña, podía interrumpir inmediatamente el número, y santas Pascuas.

Rapaces y mozalbetes jalearon las palabras del mago, mientras los demás adoptaban una actitud circunspecta y espectante. Pero si aun así accedieron a seguir sentados, sin chistar ni pestañear, fue porque su curiosidad era igual a su inquietud y su zozobra, cuando no mayor. Además, junto a la entrada del circo había dos guardias municipales en uniforme de gala, y es sabido que en aquellos tiempos los uniformes, todos los uniformes, imponían respeto.

El mago siguió adelante con su liturgia ritual, ayudado por un subalterno que pronto resultó ser una subalterna jamona y suculenta. Simultáneamente, su actitud se fue haciendo cada vez más enigmática y su mirada cada vez más penetrante.

«Y ahora –dijo una voz de ultratumba– todos ustedes van a entrar en trance. Pero tranquilos, tranquilos, la situación está controlada. Tranquilos, todos tranquilos. Silencio, mucho silencio».

Al momento, niños y adultos empezaron a cerrar los ojos, mientras las cabecitas les quedaban colgando y luego les caían sobre el pecho.

«No pasa nada, no pasa nada. Ahora todos ustedes tendrán la sensación de que van a ahogarse, pero tranquilos, no pasará nada».

Entre el público había alguien que no cerró los ojos, ni estaba dispuesto a cerrarlos. Y mucho menos a ahogarse. Era un vecino de la carretera de la Estación que había vuelto del frente un año antes y había ascendido de soldado raso a sargento por méritos de guerra.

Como aquello no le gustaba ni un pelo, echó mano a su pistola y, tras empuñarla a la usanza militar, esperó acontecimientos.

El mago ejecutó hasta cinco veces consecutivas sus manipulaciones y sus ritos con mucho aspaviento y evidente dominio de todos los secretos de la profesión, mientras la subalterna pasaba otras tantas veces su mirada por el público con el no menos evidente propósito de supervisar el estado de ánimo de la grey.

De repente, el mago levantó su varita y la dejó suspendida en alto para que se viera que era mágica. En seguida todos empezaron a jadear como si realmente estuvieran ahogándose, pero en el mismo instante el sargento, sentado a pocos metros de la pista, se puso en pie, sacó su trabuco o, por mejor decir, su arma reglamentaria, lanzó tres tiros al aire y gritó: «¡Aquí no se ahoga nadie!»

Al oír los disparos, el mago dejó todo el attrezzo, arrojó su varita mágica al suelo y, seguido por su subalterna, desapareció volando por los aires como el fantasma de Drácula.

En cuestión de segundos, los adultos se liberaron del sofoco y de los efluvios maléficos de humos y polvos y volvieron a respirar de manera acompasada, mientras muchachos y mozalbetes, aún un poco aturdidos y desconcertados, aplaudían entre risas y chanzas, y los dos agentes de la autoridad municipal cruzaban raudos la pista en pos del desaparecido, al tiempo que gritaban: «¡Que no se escape, que no se escape!».

Paraíso e infierno

Después de volver una y otra vez a la infancia; después de preguntarme una y otra vez por las causas de mi insistencia en ese regreso; después de mucho sufrir y mucho pecar, descubro que la infancia es mi refugio y mi paraíso. En ella soy un ángel. Aún no he pecado. Aún no he deseado mal a nadie.
Por eso, ahora, cada vez que quiero volver a la infancia, tengo que liberarme antes de todos los malos recuerdos; esos recuerdos me atormentan como una conciencia desdichada y culpable, una conciencia que me dice con implacable insistencia que sigo preso de todo lo que he dicho y he hecho, de todo lo que he deseado y he odiado. ¿Será tal vez eso el infierno o un anticipo del infierno?

A vueltas con la lengua

Pájaro bobo opina que, en contra de la práctica consuetudinaria, cuando hay una relación de sustantivos no es correcto poner el artículo determinado únicamente en el primero de ellos y decir/escribir, por ejemplo, «los niños y niñas», «los hombres, mujeres y niños». Pájaro bobo considera que, cuando el primer sustantivo de una serie lleva el artículo determinado, hay que ponérselo también a todos y cada uno de los demás, incluso en el caso de que todos los sustantivos de la serie sean del mismo género y tengan el mismo número. Verbigracia: «Las cordilleras, las montañas y los montes de mi país». No «las cordilleras, montañas y montes de mi país», como se escribe y se dice a menudo. Y tampoco: «las cordilleras, montañas y colinas». Otra solución consiste, cuando la frase lo permite, en no poner el artículo determinado a ninguno de los sustantivos integrantes de la serie. Ejemplo: «Cordilleras, montañas y montes que tienen nombres árabes». Conclusión: o todos o ninguno. Fin de la lección.

La dolorosa deslealtad de nuestra izquierda

A diferencia de la izquierda francesa con su rotundo y beligerante patriotismo, nuestra izquierda y, más concretamente, el ala del socialismo hoy predominante, personificado en Rodríguez Zapatero, se caracteriza por una aversión decididamente patológica a todo cuanto hace referencia a España como patria común de los españoles. Evidentemente, esa aversión, basada en la idea de que referentes cardinales como patria y patriotismo forman parte de la alienante ideología militarista y reaccionaria del conservadurismo, ha llevado a nuestros pseudosocialistas a escenificar un enfrentamiento constante con la derecha, ignorando incluso asuntos de Estado y de interés general, y, lo que es infinitamente más grave, a adoptar actitudes abiertamente desleales y recabar, incluso mendigar, el apoyo de las oligarquías periféricas no sólo para imponerse en dicho enfrentamiento sino también, y esto es infinitamente más grave, para hacer que fracase todo proyecto de unidad e integración nacional.
A Pájaro bobo, hijo de un obrero socialista muerto en 1936, esa aversión y esa deslealtad le han impedido declararse abierta y lealmente socialista español y honrar así la memoria de su padre, obligándole a adoptar actitudes aparentemente, en su opinión sólo aparentemente, contrarias a sus conviciones.
La realidad es que, en esas circunstancias, él se aferra y se ha aferrado siempre al concepto nuclear de la doctrina y el programa socialistas: unión.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿es posible convencer a Zapatero y sus adláteres de que la relación del socialismo con la burguesa oligarquía periférica constituye un maridaje contra natura por partida doble?
En cualquier caso, Pájaro bobo está convencido de que tal maridaje no puede dar buen fruto ni de cintura para arriba ni cintura para abajo.

Miércoles negro

Ayer, miércoles y 14, fue un día negro para Pájaro bobo. De mala mañana se asomó a la ventana de su búnker de pladur, y una descarga recorrió su cuerpo y su alma. La descarga le dejó sin habla y estuvo a punto de dejarlo paralítico. Los superinos habían desaparecido. El jardín de infancia estaba vacío. En él, siempre asilvestrado (de la latina silva) y ahora desértico, había una máquina o, por mejor decir, un artefacto motorizado, acorazado, bélico, belicoso, beligerante. Su carcasa recordaba la de un tanque de guerra, con la diferencia de que a la altura del morro el artefacto tenía un brazo largo y en su extremo una cesta como de globo aerostático y dentro de la cesta un negrito enmascarado. Pájaro bobo temió lo peor y siguió buscando a los superinos con la mirada. El negrito enmascarado y encaramado en lo alto de la cesta se puso a pintar la pared este de la Casa misteriosa con una pistola, mientras él buscaba y buscaba a los superinos con la mirada. Infructuosamente. Habían desaparecido, para siempre. Entonces, movido por el deseo de calmar los quejíos y lamentos de su corazón, Pájaro bobo se dijo a sí mismo que el Menesteroso se los había llevado a un desván con legiones de ratones pequeños, musarañas encantadas y pajaritos del Nilo apenas revolanderos, tiernos y sabrosos.
El ordenador, sometido a revisión por eso que Miguel llama servidor y Pájaro bobo se imagina como un distribuidor o una centralita, estuvo veinticuatro horas parcialmente fuera de servicio. Léase parcialmente inservible. A raíz de la revisión, Pájaro bobo, más ducho en contenidos que en sistemas informáticos, perdió varios textos de interés, al menos para él. Eran textos de creación y, por lo tanto, únicos y, por lo tanto, irrecuperables. Dejaron de existir. Ahora se propone rehacerlos, pero, evidentemente, nunca más serán lo que fueron.
En cualquier caso, Pájaro bobo quiere explicar unidades sintagmáticas de su idiolecto y su thesaurus como «política de la puta i la Ramoneta» y vocablos varios que, en su opinión, poseen valor de hallazgos idiomáticos. Los textos perdidos eran tres o cuatro, equivalentes a unas cuantas horas de masturbación cacuménica. Las blasfemias, como se las sabía de memoria, las ha recuperado todas. Y, con ellas, un cuento titulado El niño blasfemo.
Por suerte estamos en la realidad virtual, dimensión en la que cada uno puede llegar a ser (werden/to become) todo lo que sea capaz de imaginar (sich einbilden/to think out).

El gran delito de nuestro Zapatero

Pájaro bobo opina que el gran delito de nuestro Zapatero, acaso el mayor y, de hecho, el que nunca ha reconocido/confesado ni, previsiblemente, reconocerá/confesará en el futuro es que ha elegido como interlocutores de sus negociaciaciones y sus pactos, primero, a los separatistas catalanes y, después, a los criminales y separatistas de ETA. Entonces, ¿cómo puede pretender que el Partido Popular acuda ahora a su lado en calidad de cómplice y comparsa para refrendar su maniobra política y darle el carácter de acuerdo entre los dos grandes partidos nacionales que ni tiene ni tuvo nunca?
Si las cosas son efectivamente así, Pájaro bobo pregunta:
¿Cómo se llama ese delito en términos jurídicos? ¿Qué pena le corresponde en primera instancia?
Aunque él no es jurista, a la primera pregunta contesta: «Conjura para la destrucción de España como nación y el desmantelamiento del Estado de derecho».
Y a la segunda pregunta contesta: «destitución y procesamiento».

Botelloteca: definición, acepciones y usos

De momento, la palabra botelloteca pertenece exclusivamente al idiolecto de Pájaro bobo, que la ha definido como «espacio, lugar o mueble en el que se guardan botellas llenas de líquido, en su mayoría bebidas espirituosas y/o refrescos, para su venta, expendición, ingesta, deglución o consumo».
Su inventor ha registrado como acepción de botelloteca esos recintos reales e imprecisos en los que antes, durante o después de un botellón se expenden bebidas embotelladas o enlatadas para su consumo inmediato in situ, con mención especial de bares, cafeterías y afines que disponen de una pequeña biblioteca-hemeroteca para uso de sus clientes mientras beben o comen.
Tenemos, pues, las siguientes variantes: botelloteca, botellón-botelloteca y biblioteca-hemeroteca-botelloteca.
Pajaro bobo entiende que, para ser real y, por lo tanto, democrático, el idioma debe adecuar/acomodar el eje vertical —jerárquico y paradigmático— al eje o plano horizontal —operativo y sintagmático—, como, dentro de ciertos límites, ocurre en otras parcelas de la actividad social del ser humano.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿cabe esperar que un día la palabra botelloteca figure en los diccionarios del español real?