Rosa en el Ateneo

Llegó, habló, se fue.

Y, cuando Pájaro bobo se asomó al  ojo de buey  de su búnker de pladur,  a tres tiros de piedra de  la Barceloneta y el mar de la Sargantana, no quedaba nadie en la plaza del Ateneo. Y, en el aire, ni huella de pasmo o  zozobra. Como en las Vascongadas, con sus jugadores de cartas. ¡Quién supiera jugar al tute y darle a la baraja!

Peix al cove!

Pájaro bobo soñó que, en su visita a la Tarraconense, vora a la ciénaga de la Sargantana, antes piélago, siempre mar,  Rosa se negó a recibir a una delegación de ciudadanos no nacionalistas. ¿Quién puede confiar en alguien que pretende identificarse como el  que no es? Cancamurrias ónticas y bíblicas aparte, yo soy el que soy.

Peix al cove!

Mientras unos trajinan y se afanan en destruir España, otros, vacías las cuencas de los ojos, miran sin ver, sin sentir, sin apercibirse de que perciben.  La partida continúa, pero, como escribió el vasco Unamuno, «quede para los muertos el deber de enterrar a sus muertos».

Peix al cove!

Seguimos a orillas del mar de la Sargantana. Rosa se niega a recibir a una delegación de ciudadanos. Al igual que Pájaro bobo, la vasca de la basca vasco-ibera no se fía de ciudadanos como Francesc de Carreras, Albert Rivera y José Domingo. Y mucho menos después de las experiencias de un Josep Piqué y cuarenta prosélitos amontillados. La omertà tiene sus leyes secretas. Rosa no las conoce, pero ahí  está Maragall, traicionado por aquellos a los que enseñó a traicionar. ¿Es esa la gloria suprema del traidor?

Peix al cove!

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