Galicia y Vascongadas

Galicia,  presa de su lastre socio-histórico, sigue oscilando entre una mentalidad rural  y una especie de omertà hija y madre  del  caciquismo.  Atavismo por partida doble.

En lo político,  el gallego es dual, ambiguo, ambidiestro, ¿ambisiniestro?

En Galicia, izquierda y derecha se reparten el mapa demográfico.  El separatismo,  importado de Cataluña y, por lo tanto, de cuño catalán, ha mordido  el alma de los jóvenes,  pero parece ser que ya ha llegado al hueso.

Como es sabido,  para que el separatismo cristalice en un proyecto político se requiere el concurso de una burguesía ilustrada y una burguesía económica. La primera convierte el sentimiento popular en ideología; la segunda convierte sentimientos e ideología en proyecto económico.  Ahí estamos.  Ya se cuidarán los agentes catalanes de que no se apague el fuego.

Vasconia es igualmente rural  pero además telúrica y, por telúrica, matriarcal. El vasco, probablemente ibero, rompe el paisaje demográfico de España y, al mismo tiempo, lo enaltece, lo sublima.  ¿Hay algún hijo de la meseta castellana con una vibración más auténticamente española que Unamuno?

No sabemos lo que Unamuno diría hoy al padre Arzallus y al prelado Uriarte, pero podemos imaginar que iría en busca de los etarras a pecho descubierto, que es, justamente, lo que le vienen ganas de hacer, un día sí y otro también, a este extremeño de estirpe roncalesa.

¡Mataréis, asesinaréis,  pero ni venceréis ni convenceréis!

Rosa Díez ha puesto pie en Álava y ha hecho saber a etarras,  criptoetarras  y filoetarras  que no piensa marcharse de esta tierra, que es la suya y la de un puñado como ella, ni por las buenas ni por las malas. ¡A la vasca!

Poco a poco, la balanza va inclinándose hacia la vertiente que mira a España, tierra de maketos.  La dictadura del terror tiene los días contados  y  pronto  veremos  cuántos vascos quieren realmente la independencia y cuántos quieren seguir siendo españoles.

Si, por una de esas cosas raras de la historia, triunfara el proyecto etarra,  podemos imaginar que Euzkadi quedaría reducido a las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, con una población total de unos dos millones de personas en un espacio de cuatro mil quilómetros cuadrados, pues no cabe imaginar que puedan  arrastrar consigo ni a la provincia de Álava ni a todos los vascos que ya han demostrado su voluntad de seguir siendo españoles.

Eso significa que, en  tal supuesto, nos encontraríamos con uno de esos miniestados que han surgido en la vieja Europa,  a partir de la última década del siglo XX, como consecuencia directa, al menos en gran parte, de la desintegración de la URSS y la extinción del sistema mundial de bloques.

Pájaro bobo puede imaginarse, ya ahora,  una especie de Transnistria  (555.000 habitantes, 4000 kilómetros cuadrados).  Lo que no sabe muy bien es qué  postura iba a adoptar ante esa disyuntiva la burguesía industrial, mercantil y financiera de  Euzkadi.  En cambio,  lo que sí sabe  o, al menos, cree saber es que su futuro en un Euzkadi independiente difícilmente sería igual o mejor que en   un Euzkadi integrado definitiva y lealmente en España.

En cualquier caso, Pájaro bobo está convencido de que esa burguesía tiene medios suficientes  no sólo para  hacer que Eta abandone su guerra  sino también para que ciertos sectores clericales dejen de prestarle  su apoyo. Para ello   esa burguesía debe empezar por convencerse  a sí misma de que está en juego su dinero. Como es sabido,  a la burguesía no le gustan  los juegos peligrosos.

Pregunta ingenua e intempestiva:  ¿cómo se puede convencer a la burguesía vasca de que hay que acabar con Eta en aras de su propio interés?

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