José Burrull: del Centro de Deportes a las puertas de la Casa Gran pasando por la alcaldía de Sabadell

En su largo y penoso peregrinar por las ideologías y los partidos políticos de este país desde los tiempos en los que aún se llamaba España hasta  la instauración  del Estado de las Autonomías,  Pájaro bobo no ha dejado rincón sin escudriñar,  movido siempre por el  angustiado y  nostálgico deseo de  encontrar de nuevo  la patria  de su infancia,  patria idealizada de una infancia paupérrima pero alimentada con  el amor  nutricio y vivificante  de una madre  con el  alma y el corazón  de una fiera.

Cuando,  en los albores  de  la  democracia,  Pájaro bobo conoció a José Burrull,   éste ya había tenido que abandonar la alcaldía de Sabadell como hombre del Movimiento. Aun así, conservaba cierto prestigio y cierta autoridad entre los suyos, al menos en el ámbito local. Nunca fue una figura de proyección nacional, aunque, consciente de sus limitaciones, lo intentó a través del deporte, donde durante algún tiempo gozó del favor de José Antonio Samaranch.

Pájaro bobo lo trató suficientemente  como para poder declarar ahora que José Burrull  fue un hombre  bueno,  un hombre de  buenos sentimientos. A su modo de ver,  Burrull mantuvo una actitud  humanamente digna, con  gestos  evidentes del mejor José Antonio. Eso hizo que cuando, en Cataluña, las huestes del franquismo oficial y orgánico  iniciaron el paso-traspaso a Convergencia como   continuación político-social del Régimen feneciente,  él se mantuviera en buena  medida  fiel a sus  principios  e hiciera frente a la comitiva-procesión de feligreses montserratinos   ávidos de  una incorporación total e inmediata a la nueva y prometedora ideología.  De hecho,  éstos  habían sido siempre catalanes y catalanistas y habían actuado como enlaces entre los representantes oficiales de la Dictadura   y la feligresía-ciudadanía burguesa de Cataluña.

Lo cierto es que, aunque alojados en  diferentes camarotes,   todos iban en el mismo  barco y, como no podía ser por menos,  a la postre  todos desembarcaron en las playas de la nueva tierra de promisión.  Hasta el pobre José Burrull, en el fondo siempre falangista, siempre joseantoniano, siempre fiel a la imagen de sí mismo que veía a cada momento  en el espejo de su vida.

Así fue como,  arrastrado por  sus  compañeros de campamento, llegó  a las puertas de la Casa Gran. Allí pudo saludar con sincero sentimiento  de  pertenencia —ese que anida en el alma de todos y casi todos los  catalanes —  a Toni Farrés,  hijo, como él,   de la burguesía local,  que, convertido en líder obrero y agitador de masas suburbiales,  le había despojado de la alcaldía de  Sabadell  erigida  por José Burrull en ciudad   piloto del deporte español. Pero ahora Toni era un catalanista de toda la vida y,  terminada la revuelta,  su traición/deslealtad  a la clase obrera   había sido un acto de lealtad al catalanismo. Al menos así podía entenderse  su andadura  política desde  las  barriadas  de estirpe charnega hasta el centro  catalán y  pequeñoburgués,  y así quería él que se viera y  se entendiera.

José Burrull no tuvo tanta suerte. Ya anciano y enfermo, llegó a las puertas de la Casa Gran y el Sanedrín, sin barrarle  rotundamente  la entrada  dada su condición de burgués catalán,  le negó   todo honor,  incluso  el   reconocimiento de su labor como  colaboracionista .  Y eso que a su manera lo fue,  pues —nolens, volens— intentó  conciliar/reconciliar  en su cabeza y en su corazón la lealtad al Régimen al que sirvió durante toda su vida con la lealtad  a la  burguesía catalanista, ayer sumisa y servil y hoy vocera envalentonada de  una natiuncula hecha históricamente de incontables actos de automortificación y colaboracionismo.

Su despedida oficial ha sido triste. De acuerdo tanto  con lo que Pájaro bobo ha visto y ha leído como con lo que ni ha visto ni ha leído,  ha sido una despedida sin  brillo, sin honores, sin una sola muestra de solidaridad  por parte de  sus compañeros de acampada y sus amigos de toda la vida,   sin  apenas manifestaciones  de agradecimiento por parte de quienes se beneficiaron de sus favores,  sin el mínimo testimonio  por parte de los integrantes del círculo que él contribuyó a crear para mantener el control de las fuerzas vivas  de  la ciudad.

Ni un solo falangista ha gritado: «¡Presentes!»

El desprecio, teñido de tristeza,  que Pájaro bobo siente ahora por todos  ellos, con  sus caras y sus nombres,   sólo se ve paliado por el conocimiento que tiene de la naturaleza humana.

José Burrull, hombre al que Pájaro bobo  expresa aquí su  respeto sincero,  se llevó a la tumba el secreto del que posiblemente fue su último gran sueño, el sueño por el que, en su  opinión,  intentó entrar en la Casa Gran.

Pregunta ingenua e intempestiva: ¿cuál fue el último sueño, ni confesado ni cumplido, de  José Burrull?

Del Idióticon de Pájaro bobo
El autor de este Idióticon entiende que la palabra latina natiuncula se corresponde conceptualmente con la alemana Nationalität de acuerdo con el sentido que le da en  general  Hermann Broch. El  pensador austriaco, formulador del concepto de lo kitsch,  la utiliza  preferentemente en plural  (Nationalitäten),  pues se sitúa en la Mitteleuropa de la segunda mitad del siglo XIX y la aplica a las minorías etnicas, lingüísticas, religiosas y políticas integradas/integrantes del Imperio austro-húngaro.
El autor de este  Idióticon entiende asimismo que, en principio,  la palabra natiuncula no debe traducirse al español  ni por nacioncilla ni por nación pequeña sino que debe conservarse en su forma original. Natiuncula es, a lo sumo, naciúncula.

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