Rosa y su aura o el aura de la rosa

Después de deshacerse de cuantas trampas semánticas encuentra a su paso,  el Insomne cree  haber accedido al semen.  Composición de lugar:  Rosa y su aura. Fenómeno sociopolítico.

Sí, el fenómeno sociopolítico  Rosa es el de una figura humana y su aura. Dados los tiempos que vivimos y a falta de  una palabra mejor, el Insomne  define ese fenómeno como un partido político, un partido unionista,  el único partido unionista y por lo tanto integrador en esta España desvencijada y a punto de hundirse fatalmente   en la ciénaga de sus autonomías.

Autonomías y/o naciúnculas (del latín natiuncula).

El invento del siglo. Un Estado federal de pulsión-tracción centrífuga. En manos de los separatistas.

Que  venga el catedrático de Derecho administrativo y nos lo explique a la luz del modelo alemán.

De paso, que venga también Bismarck con su Realpolitik. ¿Necesitamos  un Canciller de Hierro?

Al Insomne le gustaría definir a Rosa y sus romeros  como un partido patriótico y español, pero los tiempos no se lo aconsejan;  ni se lo aconsejan ni se lo permiten.   Hoy, no pocos  españoles  se avergüenzan de ser españoles y prefieren que los llamen demócratas.  ¿El peor insulto?  ¡Fascista!   Fascista es hoy  lo que era  rojo y/o comunista en tiempos de Franco.  El Insomne fue entonces  rojo y ahora es fascista.

Oh tempora, oh mores!

Para llevar  adelante su proyecto  unionista, Rosa  deberá  vencer inercias y resistencias  locales y regionales de cuño atávico.  En Cataluña, el separatismo de los separatistas y el separatismo  de los separados. El primero se llama oficialmente nacionalismo;  el segundo,  falta de  conciencia nacional.

El Insomne considera que  para hacer valer su voluntad integradora   Rosa deberá potenciar  las líneas de fuerza nacionales y con ellas  levantar  los cotos  autonómicos   y sus corralitos económicos.

Cataluña es un coto/corralito con su correspondiente control aduanero.  Acceso restringido. Es parla català!

En la elaboración-ejecución de su proyecto, Rosa podría utilizar el modelo Gaudí.  Es, más o menos,  así:

Se sujetan  de un techo inclinado e irregular varias cuerdas  y, cuando cuelgan,  se unen sus puntas.   Ahí está  su punto de convergencia y su  centro de gravedad.

Si invertimos la posición de las cuerdas   y ponemos  el punto de convergencia y unión en  alto, tendremos un modelo integrador a partir de superficies irregulares y desiguales.

El invento se debe a  Antonio Gaudi, que  aplicó  su primera parte en la construcción de  edificios sustentados por columnas inclinadas.

En política, las líneas de fuerza deben proyectarse hacia arriba,  hasta vencer y  superar las   inercias y  las   resistencias de los localismos y los regionalismos. En realidad, eso deberían hacerlo sobre todo los dos partidos nacionales, pero,  dado que  tanto uno como otro  son deudores  de las burguesías periféricas, nacidas, recordémoslo, de la Revolución industrial, parece que Rosa y los suyos tendrán que  actuar en solitario,   por su cuenta y con todos los  riesgos a su cargo.

Si en las pasadas elecciones europeas Rosa cosechó resultados francamente prometedores en los Madriles, hasta ahora capital de todas las Autonomías, en Cataluña, una de ellas, su cuota o share ha sido decepcionante  (7%  y 1%  respectivamente).

Es lo que da la tierra.

Aquí, la comunidad de lengua española tendrá que agruparse y unir fuerzas.  Más de cuatro millones de personas, sometidas a un  estado de opresión (derecho de voto universal pero oferta electoral restringida y condicionada), reclaman un liderazgo fuerte y leal  que defienda sus derechos y les desvuelva la libertad  usurpada.

Mientras tanto,  ellos dicen:  «La Constitución se hace en Madrid, pero aquí la aplicamos nosotros».

Es la hora de los contactos, los acuerdos, los pactos   y las sinergias. El aura de la rosa no llega aquí con la debida fuerza. Las pasadas elecciones europeas  deberían ser a  la vez una llamada de alerta y un punto de partida.

Pregunta a los cuatro vientos:  ¿cómo es posible que más de cuatro millones de personas sean  despojadas de sus derechos constitucionales —entre ellos el derecho a recibir enseñanza en su lengua materna, la  lengua oficial—,    en un Estado de derecho  o, si se prefiere,  en una nación con  un régimen democrático?

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