Aprender-desaprender (lernen-entlernen)

El Insomne se crió en nuestra doble posguerra. La que va del 39 a la década de los cincuenta.

Siglo XX. El siglo de las tres guerras mundiales: dos calientes y una fría.

Aprendió a leer y escribir con diez años. Milagrosamente. Con cuarenta, ya cumplidos,  acudió a una universidad  en busca de homologación.

La homologación que proporciona un título oficial y la homologación que uno se procura frecuentando el siempre idealizado mundo académico.

Sociedad, socialización, socialismo.

La universidad que el Insomne conoció estaba dominada en lo fenoménico o aparencial por el espíritu del mayo francés. ¿Fantasma  marxiano? No, anarquía  y socialismo de vaudeville. En las aulas, Gramsci, mucho Gramsci.  En el campus o, mejor,  en la cafetería, guerreras y gorras del Che.

Entonces escribió:

Che Guevara, Che Guevara,

tú, ladrón de libertades,

¿quién te ha muerto, pusilánime?

A decir verdad, el Insomne tuvo algún profesor con auctoritas, intelectual y éticamente digno de respeto.  También  profesores que eran auténticos farsantes al servicio de la ideología dominante. Lo de siempre.  Un botón: «¿Qué queréis hoy,  clase o asamblea?

Como para aprender lo que aprendió en cinco años le habría bastado, a lo sumo, con tres meses de estudio, se pasó la mayor parte del tiempo, con sus horas lectivas, desaprendiendo.

Curiosamente, mientras desaprendía, descubrió el alcance, también el valor social –valor de cambio–, de los conocimientos acumulados hasta entonces como  autodidacta y alquimista.

Él,   autodidacta, alquimista y, por lo tanto, outsider en aras de la supervivencia, tenía ahora un título académico.

Entonces le habría gustado hacer el doctorado, por ejemplo, con una tesis sobre el paradigma matemático-lingüístico de Wittgenstein, pero no lo hizo. El ambiente se lo desaconsejó.

Tal vez por eso sigue aún vivo, aunque sea como recluso.

Está visto que un búnker con fábrica de cartón piedra puede ser, además de refugio y amagatall, biblioteca y cocina de alquimista. Incluso atalaya y observatorio.

Y ahí, siempre aprendiendo y desaprendiendo,  el Insomne se dedica ahora a leer y estudiar la narrativa hispanoamericana que va de García Márquez a Roberto Bolaño, narrativa que, de acuerdo con su modo de leer y asimilar  lo leído, tiene en Cortázar su valor más sólido.

Esa narrativa, deudora en lo literario y, parcialmente, en lo humano del Faulkner que muestra y describe la vida y los sentimientos de las gentes del deep South estadounidense, emana por vía natural e inmediata de una sociedad  sumida   –¿providencial o fatalmente?– en una economía de subsistencia.

Sociedad primaria, lengua y literatura primarias. Estamos en Hispanoamérica.

El Insomne entiende que, salvadas distancias de espacio-tiempo y escala, esa narrativa se corresponde con la novela europea del largo siglo XIX, tan largo que arranca de la Revolución francesa y fenece en vísperas de la Gran Guerra; la novela social de Francia (Balzac), Inglaterra (Dickens), Alemania (Hauptmann), Rusia (Dostoievski) y, con el retraso y las carencias de rigor, España (Galdós).

Pero mientras en Europa tal manera de narrar se inscribe en una sociedad aguijoneada por movimientos populares de cuño socialista e inspiración ilustrada, en Hispanoamércia la narrativa va a brotar  y florecer en un contexto social que, por degradado, reclamará, como puntas de lanza, el comunismo de inspiración castrista y la teología de la liberación practicada y predicada por cuatro curas guerrilleros e indigenistas.

Liberación o, al menos, rebelión contra lo que un Nietzsche lúcido, no delirante, llamó moral de esclavos.

Lo dicho.  España también tuvo su novela social. Floreció entre la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, pero en su caso la conciencia crítica encarnó en un grupúsculo intelectual, no religioso, no social, sólo en parte político, de cuño esencialmente patriótico.  Generación del 98, patriotismo doliente en la  vibración de  Ganivet y  Unamuno.

Hispanoamérica.  Economía de subsistencia, lengua y literatura de subsistencia.

Y, una vez más, España como puente.

El Insomne aprende y desaprende recorriendo por última vez, en doble viaje de ida y vuelta, el camino que va de una cultura europea, relativamente ilustrada, a una cultura apegada a la  subsistencia en la que  toda obra humana, incluida la palabra escrita, posee  el calor y el encanto de lo primario.  Para él es como aprender a hablar de nuevo  y hablar otra vez  en la lengua de los niños.

Afortunadamente, Picasso ya le había enseñado cómo hay que pintar para pintar como un niño.

¿O fue tal vez Miró, el grafitero con imaginación y dedos de nen petit?

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