Catalanismo, nacionalismo, independentismo, según Antonio Robles

Enhorabuena a Antonio Robles por su estudio del catalanismo o, si se prefiere, de cierto catalanismo, desde sus inicios (mediados del siglo XIX) en forma de fenómeno cultural retro de estirpe ilustrada y savia clerical hasta el momento actual, principios del siglo XXI, con su más que ambiciosa propuesta independentista, pasando por un movimiento político siempre minoritario y elitista, siempre alejado de las capas inferiores (e incultas) de la sociedad y, por eso mismo, ni popular ni democrático.

Comoquiera que el estudio –metódico y clarificador– responde a un eje diacrónico y diacrítico (histórico/desambiguador),  pienso que tal vez sería conveniente completarlo con otros ejecutados de acuerdo con un plano horizontal y   dedicados  específicamente a  la burguesía condal, protagonista indiscutible de ese avatar, y a la sociedad civil,  integrada hoy por dos comunidades sociolingüísticas –una comunidad minoritaria y opresora de lengua catalana y una comunidad mayoritaria y oprimida de lengua española–,  de acuerdo con  el modelo colonial, a pesar de todas sus peculiaridades y más allá de todo anacronismo.

En este contexto me permito recodar que, si en la segunda mitad del siglo XIX  Barcelona –la muy trágica y muy convulsa  ciudad de Barcelona– fue una de las capitales del anarquismo europeo, su primer proletariado industrial, nacido a partir de entonces, fue abiertamente anarconsindicalista y de lengua española (Solidaridad Catalana, FAI, CNT, UGT). Español fue asimismo el proletariado que, en levas sucesivas, se formó y se asentó en el cordón suburbial de Barcelona desde la década de los veinte hasta la década de los sesenta del siglo XX.

La burguesía local, conocedora de esa realidad social y consciente del peligro que ésta representa en todo momento para su estatus, sus privilegios e incluso su seguridad física, ha procurado mantenerse alejada de proletarios, sindicatos y sindicalistas y, cuando finalmente decida utilizar a unos y otros en su proyecto para disfrazarlo de nacionalismo, lo hará siempre por instancia/persona interpuesta; en este caso, la descastada casta de los prosélitos capitaneada en su momento por José Montilla.

En cualquier caso, con ese proyecto pseudonacionalista, esencialmente burgués y por ende elitista,  financiero y económico, se rompe la alianza de nuestras tres burguesías territoriales que había garantizado la unión  (¿unidad?) de España y sus pueblos durante la mayor parte de los dos últimos siglos: la burguesía castellana, la burguesía catalana y la burguesía vasca.

La burguesía castellana, de matriz y  estirpe feudales, estuvo formada inicialmente por familias allegadas a la Corte, miembros de la Administración del Estado, la jerarquía eclesiástica y el Ejército, mientras que las burguesías catalana y vasca surgieron con  la Revolución industrial.

La burguesía catalana es esencialmente mercantil  (y a buen seguro de ahí  le viene su nunca desmentido gusto por el trapicheo,  la sisa y las dobleces: doble lenguaje, doble juego, doble moral), en tanto que la burguesía vasca, nacida  al calor del hierro y los altos hornos, ha estado vinculada tradicionalmente a la industria metalúrgica.

Es evidente que si se ha roto ese pacto/alianza  y las hijas de la Revolución industrial exigen ahora plena autonomía para sus cuentas, sin menoscabo de privilegios de diversa índole basados, según sus valedores, en el derecho consuetudinario (Common Law),  ha sido sencillamente porque el centro ha perdido el cetro y ya no controla las periferias.

Al menos, en cierta medida. Al menos, eso parece.

A decir verdad, el proyecto de la burguesía catalana ha ido ganando en ambición y osadía con el paso del tiempo, pasando del victimismo al enfrentamiento y la provocación, todo ello calculado,  y hoy va muchísimo más allá de la soberanía o la independencia, pues prevé tomar el relevo de la burguesía castellana y, en última instancia,  asumir en solitario  –sí, en solitario–, el control y la dirección de España como entidad política y espacio económico, entidad y espacio que quedarán sometidos a un  ordenamiento aún por concretar pero siempre bajo dirección catalana y catalanista.

De momento ahí está ya Carme Chacón al frente del Ministerio de Defensa. Su primera intervención ha consistido en establecer las condiciones necesarias para que los muchachos convergentes se sintieran cómodos y pudieran organizar tranquilamente sus referendums por la independencia de Cataluña a modo de happenings/performances festivos con la seguridad de que en ningún supuesto se adoptarían las medidas previstas en la Constitución para esos casos.

Nada de números y numeritos de la Guardia Civil.  Sólo mozos de escuadra. Este es su territorio.

Y así fue.

En ese momento histórico, Jordi Pujol, ayer español por un año,  nos confesó el gran secreto de su doble vida: «Ahora, sí, ahora ya soy independentista».

Para mí es evidente que por su boca hablaba, con voz de  conjura y de conjuro,  la burguesía condal más taimada y oportunista.

Y, a propósito, ¿qué papel  desempeña  y qué papel  no desempeña en este drama con  visos de Untergang nuestro jefe de Gobierno?

¿O es que acaso estamos, como yo me temo, ante un Gobierno sin jefe y un jefe sin Gobierno?

(Solución en una próxima entrega).

 

 

 

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