Hoy en día, un coup d’État es algo poco menos que impensable en un país europeo, incluida España. Nos lo dice, además del orden y el espíritu de los tiempos ahora imperantes, la manera, hecha de osadía, arrogancia y provocación, en la que el separatismo catalán viene planteando sus exigencias en los últimos meses, habida cuenta que ese separatismo es esencialmente burgués y posiblemente no haya en el viejo Continente una burguesía más cobarde y más oportunista que la catalana.
El irredentismo obliga, pero el burgués siempre apuesta por la seguridad y lo seguro.
Aun así, la conjunción en nuestro tiempo y nuestro espacio de tres elementos como son una profundísima crisis de Estado (política y social), una monarquía que necesita con urgencia un recambio y una implacable actividad destructora del separatismo catalán, cada vez más ambicioso y más arrogante en sus exigencias, nos obliga a pensar, dada nuestra condición de españoles, que las instancias que, más allá de la tramoya democrática, cuidan de la seguridad de España y los españoles, deben de tener prevista una intervención para el caso de que, como ahora mismo, la situación política y/o social rebase los límites de la prudencia y amenace la seguridad de todos y de todo.
Personalmente considero que ese estado de cosas, en especial la situación de la sociedad civil, esquilmada por el fisco, defraudada por los políticos de todas las tendencias y castigada por el paro con sus secuelas (precariedad e indigencia), facilitará la adopción inmediata de medidas radicales y la implantación de un régimen que constituya realmente un fin de ciclo y, al mismo tiempo, traiga consigo una nueva manera de hacer política. una nueva manera de organizar las tierras de España y sobre todo una nueva manera de administrar nuestros haberes.
Los españoles estamos una vez más ante nuestra cruda realidad, ¿cuántos siglos de historia nos contemplan?
Artículo sobre
actualidad escrito por el 3 de febrero de 2013 y
sin comentarios de momento.