Boxeo: «Róbale el pensamiento».
Terminado el primer asalto, los cuidadores suben al ring, donde cada uno de ellos atiende a su pupilo. Uno de los púgiles es un filipino fuerte y macizo; se mueve como un pequeño pánzer y espera su ocasión para acabar con el baile caribeño de su oponente, un cubano musculado y ágil que practica con habilidad e inteligencia la gran máxima del boxeo: pegar y que no te peguen.
Hasta ahora, el filipino ha buscado inútilmente el in-fight y ha tenido que limitarse a seguir y perseguir al cubano convertido en una sombra negra.
La pelea es asimétrica, pero, en cierto modo, equilibrada
Sentado en su rincón, el púgil filipino asiente con la cabeza a lo que le predica su cuidador, pero, según parece, no pronuncia palabra. Se diría que sigue aferrado a su plan, convencido de que a la postre la victoria será para él.
Mientras tanto, el cubanito mira a su guía y cuidador, que le sermonea en el delicioso español del Caribe: «Muchacho, abre el libro; por favor, abre el libro. Róbale el pensamiento. Eso, róbale el pensamiento y no le dejes pensar».
El boxeo es sin duda una salvajada, pero no sólo eso. También puede verse como trasunto de la vida y no pocas de sus luchas.