Días pasados murió Marcel Reich-Ranicki, oráculo supremo, a menudo discutido pero siempre respetado o, al menos, temido, de las letras alemanas durante las cinco últimas décadas. Su influencia, alimentada por una presencia constante en los medios de comunicación desde la prensa hasta la televisión, abarcaba toda la actualidad nacional.
Superviviente del gueto de Varsovia, Reich-Ranicki se consideraba en un cincuenta por ciento polaco, en un cincuenta por ciento alemán y en un cien por cien judío, aunque, según confesión propia, su alemanidad (Deutschtum) se limitaba al ámbito de la literatura y la música.
El país de acogida nunca fue su patria. ¿Sentimiento de pertenencia? Lo dicho, un alma escindida. (El caso de Hannah Arendt fue mucho más triste, pues, según ella misma, no conocía el sentimiento de pertenencia en su sentido habitual).
Así vivió Reich-Ranicki, así lo conocieron y así lo aceptaron no sólo los que se sentían cien por cien alemanes sino incluso los que se sentían doscientos por cien alemanes. Entre estos últimos estaba el novelista más que novelista Günter Grass, con el que mantuvo una polémica más ideológica que literaria por espacio de cincuenta años y pico.
A mi entender, el pobre Grass, filonazi con aspecto físico de mexicano, nunca pudo con el judío Reich-Ranicki ni en el plano intelectual ni en el plano humano, porque, entre otras razones, Grass es un hombre leal y, avergonzado (?) de su propio pasado y respetuoso/temeroso del pasado de su antagonista, nunca intentó clavarle el puñal en el costado. Ese sería su complejo de culpa, al que en su caso yo añadiría el complejo de inferioridad. Reich-Ranicki encarna el judaísmo puro (Judentum), al menos a los ojos de la mayoría de los alemanes, y eso impone y se impone.
En el ámbito de la crítica literaria, que era realmente lo suyo, Reich-Ranicki se mostraba siempre implacable y despiadado. Una crítica suya podía ser una auténtica escabechina, Verriss!, y en muchos casos lo era. A eso y a los conocimientos acumulados y exhibidos debía sin duda su autoridad, la autoridad que le otorgaron sus anfitriones y enemigos atávicos, pues considero que alguna vez debería decirse que en el alma germana hay una vena ancestral, para mí perfectamente reconocible a lo largo de la historia, de rechazo y aversión a todo lo judío, en lo que, se confiese o no se confiese, prusianos y no prusianos siempre han visto la expresión más genuina y radical de lo que ni es alemán ni es digno de serlo (undeutsch). Ellos son un Herrenvolk, un pueblo señor y/o un pueblo de señores con un marcado sello militar.
No obstante, a mi entender, Reich-Ranicki encarnaba y sigue encarnando la imagen del judío que, por uno de los muchos enigmas del alma humana, forma parte necesaria y enriquecedora de la historia de Alemania y en especial de la historia de su pensamiento.
Por lo demás, aunque Reich-Ranicki centró su actividad en la crítica literaria de autores alemanes, alguna vez se refirió a autores de otras nacionalidades; entre ellos el español Javier Marías.
Después de glosar elogiosamente la novela Corazón tan blanco, se mostró interesado en conocer a su autor, Javier Marías, a quien recibió personalmente a mediados de los años noventa del siglo pasado. Entonces se puso de manifiesto que el erudito y exigente crítico literario judío no conocía el idioma español y, por lo tanto, no había leído la versión original de la novela sino una traducción (necesariamente alemana), hecho que, como es lógico, desvirtúa en buena medida su juicio.
De acuerdo con lo que conozco de la producción de Javier Marías, me atrevería a decir que le cuesta escribir y, simultáneamente, tiende a la divagación y la deriva. ¿Huida?
Un narrador es para mí Javier Cercas. Su prosa tiene tensión e intensión, ritmo y cadencia.
¿Novelista?
Sí, Javier Cercas es un novelista historiador plenamente actual que se presenta como quien es y muestra limpiamente lo que tiene, mientras que Javier Marías podría ser un novelista sociólogo en la línea de la escuela europea del siglo XIX (francesa, rusa, inglesa, española).
¿Y Günter Grass?
Según Reich-Ranicki, que sabía de lo que hablaba, el alemán filonazi de aspecto mexicano no es un novelista y tampoco un narrador. Günter Grass es, según él, un poeta.
Yo no estoy tan seguro.