UPyD o el fracaso de la lealtad

Durante bastante tiempo vi en UPyD el núcleo del partido de izquierdas que deseaba para mí como hijo de un obrero socialista y sobre todo para España vista idealmente como una sociedad madura y equilibrada.

Siempre pensé y sigo pensando que una sociedad invertebrada o mal vertebrada ideológicamente  es una sociedad desequilibrada. Y viceversa.

A mi entender, desde hace mucho tiempo España –ese país cuyos ciudadanos se avergüenzan de su nombre– carece de una izquierda que, nacida de la unión de la clase trabajadora, busca la unión y la integración solidaria de la sociedad civil.

Para mí, sin unión no hay izquierda. Tampoco mensaje social de izquierda. Y tampoco esa superioridad moral que la izquierda histórica se atribuía como defensora desinteresada de los intereses legítimos  de la mayoría social.

Si enfrenta y divide, no es izquierda; si es izquierda,  ni enfrenta ni divide, y, mucho menos, de manera permanente y permanentemente interesada.

Ahora y siempre, dividir a la sociedad civil en clases enfrentadas  es uno de los recursos capitales del capitalismo más perverso y reaccionario.

Las divisiones internas llevan a la autodestrucción.

Pero,  al parecer,  los españoles siguen sin saberlo.

La lealtad –en especial la lealtad ideológica– está mal vista. Lo que vende es la imagen televisiva.

Y, por su condición de vendedor, al político se le exige hoy un look acorde con los tiempos y, sobre todo, cintura, mucha cintura, algo que al parecer no tiene ninguno/ninguna de los/las integrantes del núcleo vasco-español de UPyD.

Cintura es precisamente lo que le sobra al ciutadà-ciudadano Rivera, el mercader fenicio de las dos lenguas y las dos nacionalidades que recorre –¡transversalmente!– los territorios de España  ofreciendo y vendiendo quincalla recuperada de la Operación Roca, aquella operación de infausta memoria ideada y organizada por Jordi Pujol, fenicio entre fenicios, mercader entre mercaderes.

Sí, sí, el ciudadano Rivera es, en mi opinión, un hijo ideológico y político, no póstumo, de aquel catalán que, al tiempo que se dejaba proclamar español del año, tramaba la destrucción de España con las armas de la perfidia y la deslealtad.

«Los tiempos cambian y las artes se perfeccionan», Miguel de Cervantes.

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