De una Grecia en crisis a la utopía

Si alguien decide y consigue tomar altura con las alas de la imaginación para, acto seguido, contemplar a vista de pájaro el espacio geográfico de la Grecia actual, es posible que acierte a discernir en  él y más allá de él una estructura humana con tres agentes, tres escenarios y tres círculos concéntricos.

El primer agente, el primer escenario y el primer círculo concéntrico corresponden lógicamente a la propia Grecia, núcleo de la crisis actual y protagonista de la situación por activa y por pasiva o, si se prefiere, sujeto y objeto de este momento de su historia.

Grecia ni cumple ni está en condiciones de cumplir con sus obligaciones contractuales como miembro de la Unión  Europea (UE).

El segundo agente, el segundo escenario y el segundo círculo concéntrico corresponden a la UE, valedora de Grecia en un proyecto transnacional de naturaleza política y económica, y, en este caso concreto, acreedora y demandante.

La UE reclama ahora al país heleno las cantidades adeudadas hasta la fecha.

El tercer agente, el tercer escenario y el tercer círculo concéntrico corresponden a Estados Unidos en cuanto principal impulsor y sustentador de la OTAN, alianza militar (¿hoy de naturaleza prioritariamente disuasoria?) a la que Grecia pertenece, junto con otros veinte países de la UE.

EE.UU. apremia a la UE y a Grecia y les pide que traten de alcanzar cuanto antes un acuerdo político y económico por todos los medios disponibles, habida cuenta de que,  una vez más, está en juego no sólo la persistencia efectiva de la OTAN sino también y sobre todo la seguridad de Europa en su conjunto. Y mucho más.

A mi entender, el litigio griego es en esencia un litigio económico y como tal debería haber sido tratado desde un principio. Estrictamente. La politización de los litigios económicos responde por regla general, en lo privado y en lo público, en lo nacional y en lo supranacional, a maniobras con las que se pretende desnaturalizar y, en definitiva, eludir el compromiso contraído (léase, si se quiere, la deuda contraída).

El que paga no discute. El que discute, si puede, no paga; polemiza y politiza.

Considero que Grecia debería empezar por reconocer su deuda y, si realmente no puede pagarla, presentar propuestas serias y creíbles. Pero, por encima de todo, cumplirlas.

Tal vez convenga recordar aquí que, en los planos político, social y económico, los europeos somos causa y efecto de un sistema capitalista integrado por infinidad de subsistemas igualmente capitalistas basados esencialmente en la explotación del ser humano en su condición de fuerza de trabajo. Y, a día de hoy, sin alternativas a la vista.

Dado que eso es así, cabe imaginar que lo más inteligente para hacer frente a  la explotación en lo individual y lo colectivo es, al menos en determinadas circunstancias, empezar por dejarse explotar.

Y, sobre todo, aprender.

Entiendo que el ser humano que no aprende legitima la explotación y, lo que tal vez es aún más triste, la prolonga sine die, ya que, muy probablemente, no va a poder presentar alternativas válidas como cambios a mejor (en realidad, cambios a menos malo) en un futuro previsible.

De hecho, parece lícito afirmar que la actual corrupción de la clase política (izquierda incluida) refleja la corrupción de la sociedad civil (clase trabajadora incluida), de la misma manera que la corrupción de la sociedad civil (clase trabajadora incluida) refleja la corrupción de la clase política (izquierda incluida).

Por todo ello pienso que los líderes de izquierdas harían bien en proclamar y defender no sólo los derechos de la clase trabajadora sino también y de manera especial sus obligaciones, pues así  esas izquierdas podrían poner en valor su superioridad moral y propugnar abierta y lealmente cambios a mejor para el conjunto de la sociedad.

Hablo en concreto de la superioridad moral de los principios que defienden, empezando y terminando por la igualdad de todos los seres humanos, y asimismo de la superioridad moral del comportamiento de quienes los defienden, que en la práctica debería estar guiado por el altruismo y la solidaridad.

Una izquierda tan corrompida como la derecha es, a mi entender, peor que la derecha, aunque sólo sea porque con ello habrá enajenado su pretendida superioridad moral y, como mínimo, habrá ralentizado el curso de la historia y, simultáneamente,  el progreso de la humanidad.

Así, pues, si quieres luchar contra la explotación déjate explotar, pero no te dejes corromper.

En definitiva, una sociedad justa es una utopía concebida y construida como reino de la razón. Hace tiempo, alguien proclamó  proféticamente que en ese momento, aún por llegar, todo lo real se hará racional y, a partir de él, sólo lo racional será real.

Mientras tanto, tal vez sea bueno seguir la norma de la Ilustración: Atrévete a aprender (Sapere aude!)

Y –repito– aprende.

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