La cuestión catalana (edición definitiva)

En La Vanguardia del miércoles, 28 de diciembre –día de los Santos Inocentes–,  apareció un texto de Francesc de Carreras que puede verse  como una síntesis razonada del camino seguido por los separatistas catalanes desde una fecha imprecisa que podemos situar en el tardofranquismo hasta hoy, momento en el que, de acuerdo con su plan, piden/exigen, por la vía de los hechos consumados, una reforma de la Constitución a su antojo y acomodo.

Hoja de ruta y haz de líneas rectoras con su meta, táctica y estrategia.

En el texto yo he distinguido seis puntos, que son básicamente otros tantos hitos históricos y conceptos referenciales, a los que he añadido sendos comentarios personales, amén de una reflexión final con pretensiones de síntesis nuclear.

Primer punto

“La cuestión catalana puede plantearse desde dos puntos vista: desde el catalanismo político clásico y desde las exigencias actuales de los partidos nacionalistas”.

Se diría que, según el autor, la llamada cuestión catalana sólo incumbe al catalanismo político clásico y a los partidos nacionalistas, o sea, a los separatistas catalanes de dos tendencias. Los demás, catalanes no separatistas y españoles en general no tienen nada que hacer o decir en ese asunto. Al parecer, para ellos no hay ni punto de vista ni derecho a expresarlo.

Segundo punto

“El  proceso no parte del 2012, tras la manifestación del 11 de septiembre, sino de 1980, tras la elección de Pujol como presidente de la Generalitat. Ahí comenzó la construcción nacional de Catalunya”.

En contra de lo que De Carreras afirma aquí, el proceso, término tan ambiguo como todo lo que tiene que ver con él, nace, a mi entender, en el tardofranquismo. La Capuchinada, protagonizada por un grupo de estudiantes y amparada por elementos del clero, tiene lugar en 1966. Después vienen las manifestaciones, las algaradas y las huelgas impulsadas  por los sindicatos y las asociaciones vecinales de las ciudades integrantes del anillo industrial de Barcelona. Ahí encienden el fuego de la revuelta los agentes, doblemente furtivos, de una presunta izquierda catalana, pero quienes dan realmente la cara en las calles, las fábricas y los polígonos, frente a la policía franquista, son obreros españoles, en su mayoría comunistas y socialistas.

Estamos en las postrimerías del franquismo o, si se prefiere, en los  primeros años setenta del siglo XX.  Falta poco para la Transición y la instauración de un régimen formalmente democrático en España. Entonces, sólo entonces, aparecerán en escena los representantes de  la burguesía catalana para proceder a la toma del poder.

Lo de siempre, como siempre.

Refugiados eternamente en la ambigüedad, los separatistas catalanes hablan y hablarán de proceso, sin explicar, de momento, en qué consiste y/o para qué sirve. Lo harán más adelante, pero siempre en dosis y por etapas. En rigor,  lo que ellos llaman proceso es una conjura en toda regla, palabra por lo demás anatematizada desde el primer momento para mejor practicar e impulsar su realidad. Eso es exactamente el proceso, una conjura.

Tercer punto

“…aceptar el Estatuto sólo como un instrumento para la construcción nacional, utilizando para ello la lengua, la enseñanza  y los medios de comunicación”.

Los separatistas reclaman y aprueban el Estatuto con la decisión firme de no cumplirlo. Es sólo uno de los varios  peldaños que han de subir para acceder a la meta. Estamos ante una de las características esenciales del separatismo catalán: la deslealtad en grado de perjurio: se jura lo que haya que jurar para avanzar, nunca con intención de cumplirlo. Después del Estatuto vendrá la Constitución, nunca cumplida, siempre perjurada.

Todo eso lo sabe muy bien De Carreras. De ahí que, en lugar de denunciarlo y asumir sus consecuencias,  prefiera pasarlo por alto y hablar exclusivamente de la cuestión catalana, que por lo visto es también la suya.

Cuarto punto

“A partir del 2010, las consignas cambiaron; soberanía, derecho a decidir, independencia, ruptura, desconexión. Esto es lo que hoy llamamos cuestión catalana”.

Lo que De Carreras y los suyos llaman (“llamamos”) “cuestión catalana” no es más que la formulación en versión política de un incumplimiento sistemático de la Constitución teóricamente vigente en toda España, incluida Cataluña, desde su promulgación en 1978. Vale decir que ese incumplimiento responde a su plan general y ahora consiste exactamente en subir un peldaño más para alcanzar  la plena soberanía y una extraña forma de independencia por la vía de la intriga permanente, elemento y alimento de los separatistas catalanes.

El ilustre jurista, que es, además de ideólogo, asesor de una de sus fuerzas de confluencia, sabe todo eso  y mucho más. Por ejemplo, que el derecho a decidir está contenido y regulado en la Constitución. De hecho, la Constitución es el documento oficial que recoge esa decisión en cuanto acto ejercido y consumado.

Quinto punto

“¿Puede una reforma constitucional solucionar este conflicto?”

Como la conjura catalana conocida con el nombre de proceso se halla en una fase muy avanzada de su desarrollo, prácticamente todos o casi todos los españoles sabemos ya que lo que quieren los separatistas es reventar la Constitución, último obstáculo, según ellos, para acceder a la soberanía nacional  y una peculiar forma de independencia de acuerdo con la cual  los catalanes seguirán beneficiándose de la condición de españoles (doble nacionalidad), en tanto que los españoles dejarán de ser catalanes. En otras palabras, los catalanes podrán seguir circulando por todo el territorio español y, naturalmente, ocupar cualquier cargo en su Administración, incluido el de jefe de Gobierno, mientras que los españoles no podrán entrar libremente en Cataluña y mucho menos ocupar cargos de cierta relevancia en su administración, cosa que ocurre ya ahora.

Sexto punto

“La cuestión catalana actual no se resuelve con una reforma de la Constitución, sino con una derrota del nacionalismo en las urnas”.

De Carreras, listo él, nos ha cogido de la mano y, con la ayuda inestimable de la envolvente catalana,  nos ha llevado hasta las urnas del  próximo Referéndum, un referéndum que con toda seguridad va a ser tan fraudulento como su precedente, escenificado con nombre de consulta popular el 9 de noviembre de 2014, y como todas las elecciones y votaciones que se hacen y se deshacen en  Cataluña desde la instauración del actual sistema democrático en 1978.

Él lo sabe y quiere participar de manera activa en el fraude; perdón, en el Referéndum.

Síntesis y reflexión final

 Entiendo que la actual situación política de Cataluña es fruto de una cadena ininterrumpida de infracciones de nuestra Carta Magna, entre las que abundan los fraudes de ley, por parte de los separatistas.

Uno de sus  primeros objetivos fue conseguir que aquí la política la hicieran ellos, sólo ellos, tanto para los catalanes como para los no catalanes. Así que lo consiguieron y se hicieron con el control de la mayoría de las instancias de decisión y representación democrática, desde la Generalidad hasta los partidos políticos, pasando por el Parlamento autonómico, implantaron una dictadura de estirpe burguesa con una comunidad minoritaria y opresora de lengua catalana y tendencia separatista, y una comunidad mayoritaria y oprimida de lengua española y sentimiento español.

Hoy, en las escuelas públicas de Cataluña está prohibido por ley enseñar y aprender español, lengua que asimismo ha sido expulsada prácticamente de la Administración autonómica y su extensa zona de acción e influencia.

Ante tal estado de cosas, me pregunto de qué sirve que, según la Constitución, el español sea la lengua oficial de España y todos sus ciudadanos  tengan la obligación de saberlo y el derecho de usarlo.

El hecho es que, de acuerdo con lo que De Carreras y los suyos llaman proceso y yo he llamado conjura siempre que me ha sido posible, esa dictadura de facto les ha permitido marginar e instrumentalizar a la comunidad de lengua española, que, una vez despojada de sus cabezas pensantes y sus señas de identidad, ha quedado reducida a la condición de masa amorfa, carente de  autoconciencia política y social.

Estamos a finales de diciembre del 2016 y, que yo sepa, hasta hoy, nadie, absolutamente nadie ha reconocido la existencia en Cataluña de una comunidad de lengua española, a pesar de ser claramente mayoritaria, y, en consecuencia, nadie ha salido en defensa de los derechos individuales y colectivos de sus miembros.

Esa situación  ha permitido a los separatistas actuar como un partido único, sin otra oposición que la simulada y escenificada por ellos mismos, y  activar e impulsar el llamado proceso con la complicidad pasiva o activa, rara vez libre y consciente,  de la comunidad de los marginados integrada por más de cuatro millones de españoles (aproximadamente el sesenta por ciento de la población total).

De acuerdo con lo expuesto, afirmo que, en mi opinión, todas las instituciones creadas en Cataluña desde la promulgación de la Constitución en 1978 son ilegítimas, ilegales y contrarias al Estado de derecho, ya que no responden en modo alguno a la voluntad de todos sus ciudadanos expresada libremente y a la defensa de sus intereses en condiciones de igualdad, esencia de la democracia.

En estas circunstancias, ¿puede hablar alguien de reformar una Constitución que aprobó con el propósito deliberado de no cumplirla y nunca  la ha cumplido?

¿Acaso es lícito cambiar la Ley de leyes desde la ilegalidad?

¿Cómo se devuelve a los niños la lengua materna que les ha sido arrebatada?

Y, en suma, ¿cómo se desmonta la dictadura impuesta en Cataluña por los sectores más desleales e insolidarios de su burguesía?

Contesta, De Carreras, que tú sabes de qué va la cosa.

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