Cuatro males de España

A mi modo de ver, España sufre hoy cuatro males sumamente graves. En realidad son males históricos o, si se quiere, crónicos, pues, en esencia, la aquejan desde hace muchos años, incluso desde hace siglos.

Esos males son: la corrupción estructural de la derecha, la desnaturalización del socialismo e incluso de toda la izquierda, el auge de los separatismos y la falta de patriotismo de los españoles.

Para mí, el más grave de todos ellos es sin duda la falta de patriotismo de los españoles, en cuanto que puede entenderse como la causa y la consecuencia de todos los males de España, no sólo de los aquí mencionados.

La corrupción de la derecha no nació hace cuatro días. El PP la heredó de la Alianza Popular creada por Fraga Iribarne, que a su vez la heredó del franquismo.

Con Franco todos éramos franquistas y de derechas.

¿Quién puede pretender ahora que un ser pusilánime como Rajoy haga frente a un mal que forma parte del código genético de nuestra derecha?

La desnaturalización de la izquierda puede verse como una consecuencia del progreso económico, social y político de España o, si se prefiere, como precio obligado de su incorporación al primer mundo. Las desigualdades aumentan no sólo en el seno de la sociedad en su conjunto sino también en el marco de  un socialismo que va a ser incapaz de hermanar a los jornaleros andaluces y extremeños con los barones autonómicos o, para ser precisos, posautonómicos. Esos barones son ahora varones aburguesados, complacidos y complacientes.

Ellos mismos se han desautorizado.

Las socialdemocracias no concuerdan con  las economías de subsistencia. El desgarro era inevitable.

En esa coyuntura rebrota la izquierda verbalmente radical y, como maldición histórica, rebrota su alianza con la burguesía separatista de Cataluña.

Una alianza  doblemente  contra naturam.

Personalmente entiendo que esa izquierda,  demagógica e inoperante, no pertenece a la Europa de la ilustración y el progreso por la sencilla razón de que no tiene un programa capaz de competir con los ya implantados en las democracias más avanzadas del Viejo Continente. 

En política, como en el ámbito del conocimiento, el progreso se produce por suma de aportes, no empezando continuamente de cero o menos cero.

El separatismo es a todas luces uno de los males más graves de España. Conllevarlo, como aconsejan algunos, es para mí una forma de traición. Y de hecho, la deslealtad es su característica esencial y determinante. Por lo  que sé, con un separatista no cabe nada que recuerde el fair play o un  pacto entre caballeros. Todo gesto de buena voluntad es para él una muestra de debilidad.

Lo expuesto me devuelve a la idea inicial, la falta de patriotismo de los españoles y, unida a ella, la falta de sentido de Estado de nuestra sociedad civil y nuestros políticos.

En espíritu me identifico con los miembros de la generación del noventa y ocho; para mí, ellos fueron los últimos españoles.

En varios de sus hombres, el dolor del mundo se convierte en dolor de España.

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