De hijos de la Revolución industrial a padres de un paraíso fiscal

Siempre que se me ha permitido he dicho que lo que hay en Cataluña ha sido y es esencialmente un movimiento burgués, nunca nacionalismo.

¿Por qué? Pues porque entiendo que, en el plano histórico, el catalanismo empieza a manifestarse  en elementos  vanguardistas de la intelectualidad y el clero, secundados y patrocinados por un sector de  la  burguesía superior, se consolida en las clases medias, donde adquiere entidad,  y termina por abajo en la pequeña burguesía o menestralía.

Las capas inferiores de esa  sociedad ni son catalanistas ni son tenidas por catalanas por los dirigentes de sus capas superiores.

Si partimos del postulado de que en Cataluña hay hoy en día dos comunidades socio-lingüísticas -una comunidad minoritaria y dominante de lengua catalana, frente a una comunidad mayoritaria y dominada de lengua española- habremos de convenir -¿necesariamente?- en que aquí no hay ni democracia ni libertad de expresión.

De hecho,  a mi modo de ver y entender hace tiempo que en Cataluña no hay  ni una cosa ni otra.

La burguesía nacida de la Revolución industrial, con sus trescientas familias, sigue controlando la actividad económica y política de Cataluña, mientras que los miembros de la comunidad de lengua española, demográfica y por lo tanto democráticamente equivalentes al sesenta y cinco por ciento de la población total, son marginados socialmente y manipulados políticamente;  pueden votar y votan, pero no deciden  el uso y la aplicación de sus votos.

La dirección política del país está reservada mayoritariamente  a los catalanes  auténticos;  a la charnegada le corresponde una cuota muy pequeña y poco o nada significativa, que, además, es utilizada como coartada democrática.

En cualquier caso, el hecho es que, coincidiendo con la implantación del Estado de las autonomías, la burguesía de estirpe industrial se apoderó de la dirección política de esta futura república independiente y, acto seguido,  la convirtió en una parcela de la economía especulativa, con el agravante de una corrupción institucional exhibida con descaro,  gracias a la presencia y la intervención del clan de los Pujol  a partir de los años ochenta.

Por lo tanto, para mí no tiene nada de extraño que ahora, siguiendo esa misma línea, sus herederos políticos quieran convertir Cataluña en un paraíso fiscal.

Para eso no hace falta crear y financiar una nueva Administración estatal, basta con apoderarse de la existente y adaptarla a las exigencias del momento (teoría y práctica del cangrejo ermitaño).

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