La nueva estirpe del prosélito catalán
Los hebreos siempre han puesto mucho empeño en distinguirse y ser distinguidos de los gentiles o paganos.
Comunidad con autoconciencia de pueblo elegido y, por lo tanto, único. El único pueblo elegido por Yahvé.
Aun así, en general se han mostrado dispuestos a admitir y aceptar a algunos que, sin ser hebreos de sangre y nacimiento, decidían abrazar su religión y su manera de vivir.
Para ello era imprescindible hacer méritos y merecerlo a los ojos de sus anfitriones, pues subir a Israel siempre fue derecho prioritario, cuando no exclusivo, de los hijos de Jakob.
Entiendo que, salvando todas las distancias existentes e imaginables, algo parecido ocurre ahora con el catalanismo independentista; le han empezado a salir prosélitos o, si se prefiere, conversos. No son catalanes ni de sangre ni de lengua, pero quieren considerarse y ser considerados catalanes.
Y en esas están.
Juan José Omella, oriundo de un pueblecito de Teruel, que, además de presidir la Conferencia Episcopal Española, es el actual arzobispo de Barcelona, y Gabriel Rufián, hijo y nieto de andaluces nacido en la barcelonesa localidad de Santa Coloma de Gramanet, que viene actuando como activista oficial del independentismo catalán, son, a mi modo de ver y entender, dos prosélitos dispuestos a ser admitidos por sus méritos en el nuevo pueblo elegido.