Por una nueva derecha española

Considero que la España profunda, representada  en lo social, en lo político y en lo económico  por Castilla,  también tuvo, ha tenido y tiene su burguesía.

Pero mientras las burguesías vasca y catalana comparecieron en la escena pública española, mediado el siglo XIX, con la llamada Revolución industrial, después de un largo y provechoso aprendizaje de sus precursores  como navegantes y navieros dedicados al transporte de materias primas desde las colonias, la burguesía castellana, cuyos orígenes se remontan a la Edad Media, toma cuerpo en la Edad Moderna como nobleza cortesana y funcionariado capitalino, nacional/estatal  y, llegado el momento, imperial.

Nobleza cortesana, funcionarial  y, mal que me pese, parasitaria, frente a las dos burguesías periféricas de navieros y  mercaderes, fundidores del hierro y  tejedores.

¿Iberos y fenicios?

El hecho es que, tal como yo lo veo y entiendo, la corte con su populoso servicio vive de renta y para ello la autoridad competente entrega el mercado peninsular en forma de concesión exclusiva  a los empresarios  vascos y catalanes.

En lo económico, la entente cordiale se mantiene básicamente durante un reinado tras otro,  pero a mediados del siglo XIX,  algunos catalanes ilustrados empiezan a pensar y escribir en su lengua como manifestación/expresión de una autoconciencia propia y diferenciada de la española.

Ha nacido el germen de lo que un día querrá ser  y llamarse la  República de Cataluña.

Superada la Guerra Civil (1936-1939) con sus incontables traumas, el catalanismo se organiza de acuerdo con la táctica que  mejor conoce y mejor le cuadra: la basada en la intriga furtiva y permanente. Acto seguido,  inicia su andadura.

Una andadura concebida como hoja de ruta y programa que, utilizando  a modo de hilo conductor el Derecho a decidir, debe impulsar el independentismo catalán y  llevarlo desde el Volem bisbes catalans de los años cincuenta del siglo XX hasta la República de Cataluña, prevista para una fecha situada entre  el 2020 y el 2025.  El objetivo final (y durante mucho tiempo secreto) es la suplantación de España por Cataluña en el ámbito peninsular y en el concierto de las naciones.

En ese contexto, la derecha nacida en el seno del franquismo y heredera de su legado arranca con una clara ventaja sobre los demás partidos, ventaja en forma de privilegios, muchos de ellos ilegítimos, que irá perdiendo,  nolens volens, con el afianzamiento del nuevo orden  legal  y la acción implacable de las formaciones rivales.

La derecha española encarnada en el Partido Popular que va de Fraga a Rajoy es hoy un cuerpo gravemente enfermo: o desaparece por causas naturales  o, probablemente, tendrá que enfrentarse a un futuro muy poco honroso.

Sus dirigentes más jóvenes llevan algún tiempo intentando  romper con el pasado –sus hombres y sus nombres, sus hechos y sus beneficiarios–, pero no sabemos si lo conseguirán y, en cualquier caso, si esa ruptura será real y suficiente.

Pensando siempre en lo que entiendo como bueno para España y los españoles, quiero imaginar que esos dirigentes políticos, libres de lastres ideológicos y biográficos, van a buscar el apoyo y la adhesión de las legiones  de trabajadores –desde operarios cualificados hasta emprendedores  y ejecutivos–  que sin duda va a reclamar el emporio económico surgido en Madrid y su entorno durante las últimas décadas y que quiero ver como una nueva tierra de promisión y por lo tanto como la prueba visible de que la España vacía hace tiempo que empezó a hundirse en el  pasado.

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