El tío Hermógenes, bolchevique territorial

El tío Hermógenes, mi abuelo materno, era hortelano. Tenía su predio en la Isla de Plasencia, cerca del molino de los Serranos, donde el canal  vertía y acaso aún vierte sus aguas en el humilde Jerte, río madre de mi infancia aterida.

Según me contó mi hermano Juan, allá por el año 1935 y por lo tanto en plena Segunda República llegó a la conocida cittadina de la alta Extremadura un político de los Madriles guiado por  la manifiesta y aviesa intención de hacer campaña con vistas a las elecciones nacionales que estaban a punto de celebrarse.

El caballero paseó su figura capitalina por la ciudad y sus alrededores, incluida la calleja que lindaba con las tierras del tío Hermógenes, quien una tarde, nada más verlo aparecer, dejó caer la azada y, tras levantar los ojos, se dirigió a él. El visitante hizo gala de sus modales y  de entrada se interesó por los problemas de la huerta y el hortelano para, acto seguido, entrar en materia, la campaña y las elecciones. Su interlocutor le escuchó un sí es no es distante o desdeñoso y, tan pronto como se cansó de la perorata, se echó de nuevo la azada al hombro y le soltó a su ilustre visitante: «¡Sepa usted, señor Menistro, que yo, un servidor de usted, soy bolchevique territorial!

De acuerdo con mis indagaciones, desde entonces, el tío Hermógenes fue conocido y reconocido en Plasencia, su Isla y sus alrededores como Bolchevique territorial. La única persona de la ciudad que no le llamaba así era su parienta, la tía Ramona, mujerona corpulenta y aparatosa, en apariencia adusta pero tierna y maternal, que le quería y, a su manera, le respetaba.

Pero lo cierto es que el tío Hermógenes nunca explicó qué significaban tan extrañas palabras ni de dónde las había sacado.

 

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