¿Nacionalismo u oligarquía burguesa?

A mi entender, lo que tenemos hoy en Cataluña para sufrimiento de muchos y beneficio de pocos no es un movimiento nacional o nacionalista sino una oligarquía burguesa que encarna y perpetúa la estirpe  de las trescientas familias alumbradas por la Revolución Industrial en el  siglo XIX, cuyos intereses ha sabido actualizar mediante una ideología y una praxis ad hoc.

Pienso que el nacionalismo es esencialmente un fenómeno social interclasista y como tal integrador, habida cuenta que, por lo que sé, responde básicamente a un doble movimiento vertical, de abajo arriba y de arriba abajo, mientras que las oligarquías burguesas son fenómenos de parasitismo social en cuanto que, en cada caso concreto,  sus miembros forman la clase dominante  y conforman la deología dominante que le sirve de base de sustentación económica, política e incluso ética (antes también religiosa).

En la práctica, las oligarquías burguesas se manifiestan como islas flotantes que, situadas en un estrato sociopolítico superior, tienen un movimiento circular, necesariamente centrípeto, que, merced a sus mecanismos de poliendogamia, tiende a perpetuarse en sí mismo.

Y aunque tanto el nacionalismo  como la oligarquía burguesa invocan el nombre del pueblo  y reclaman su voz y su representación en los  momentos solemnes, considero que son conceptos diferentes y realidades sociopolíticas diferentes, pues mientras el nacionalismo posee y exhibe un proyecto socialmente integrador articulado en torno a un eje vertical, la oligarquía burguesa, aferrada a su autoconsciencia de clase/casta superior, se mueve en un plano igualmente superior, siempre minoritario y elitista o, lo que viene a ser igual, siempre vedado a la masa popular. .

Y entonces, ¿por qué la oligarquía burguesa catalana se ha empeñado y se empeña en disfrazarse  de nacionalista?

Por la sencilla razón de que –siempre en mi opinión– todo nacionalismo es en sí mismo legítimo y toda oligarquía burguesa es en sí misma ilegítima.

 

 

 

 

 

 

¿Se puede acabar con el separatismo catalán?

Sí, se puede.

Pero, a mi entender, si se quiere acabar realmente con el separatismo catalán hay que acabar antes con la burguesía catalanoseparatista, y, si se quiere acabar con la burguesía catalanoseparatista, hay que impedir antes, por todos los medios posibles, que esa burguesía maneje caudales públicos.

El dinero proporciona poder y con el poder se puede comprar  –¡sí, comprar!– incluso legitimidad democrática.

De manera fraudulenta, pero, al fin y al cabo, comprar.

Ejemplo.

Con el dinero de todos los españoles la burguesía catalanoseparatista ha comprado –¡sí, comprado!– algo así como el ochenta y cinco por ciento de los partidos políticos de Cataluña y, acto seguido, ha creado con ellos un partido único de veinte caras, blindado a España y lo español, que controla en solitario y en términos dictatoriales el Parlamento regional.

¡Fraude de ley?

Sí, sí, pero primero hay que verlo y después hay que desmontar el entramado político, económico y jurídico así creado, algo que –lo digo con todo el dolor de mi alma– no parece estar al alcance de los españoles.

Dialéctica catalanoseparatista:

Legitimidad jurídica (España)  frente a legitimidad democrática (Cataluña).

¿Importa entonces que esa pretendida legitimidad democrática se haya conseguido y se mantenga con medios ilegítimos e ilícitos y por lo tanto antidemocráticos, habida cuenta que la comunidad de lengua española  y sentimiento español de Cataluña, claramente mayoritaria (equivalente al 60-65 por ciento de la población total), es abiertamente contraria a una Cataluña  independiente y que ese proceso independentista se está llevando a cabo marginándola y al mismo tiempo contabilizando sus voces y sus votos como voces y votos separatistas?

¿Quiénes componen el pueblo catalán? ¿Quiénes componen el colectivo ciudadanos de Cataluña? ¿Cuántos millones de separatistas y cuántos millones de antiseparatistas hay en Cataluña?

Sí, podemos y debemos acabar con el separatismo catalán.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se masca la tragedia

Después  de semanas y noches de insomnio y aquelarre hemos pasado, aquí en Cataluña, de la amenaza farolera del choque de trenes y una dialéctica de fondo basada en la antítesis  legitimidad jurídica (España) frente a legitimidad  democrática (Cataluña)  a una calma precipitada  y una petición de diálogo decididamente sospechosa, toda vez que  ha corrido a cargo del nunca sospechoso y siempre incombustible Jordi Pujol padre, acompañado en esta ocasión por Duran, su enemigo personal y ahora aliado necesario.

Los separatistas catalanes están atrapados en su propia trampa, una trampa gigantesca hecha de corrupción y deslealtad.

Como español deseo que nuestro Gobierno aproveche el momento para desmontar la estructura política, social y económica del separatismo catalán  y perseguir por vía  legal a sus responsables hasta dejarlos fuera de combate. Sin dinero no hay corrupción y sin corrupción no hay lobby burgués disfrazado de nacionalista dispuesto a llevar a un pueblo, incluso a toda una sociedad,  a la ruina y luego buscar refugio en Andorra, en Liechtenstein o en las islas Caimán.

En mi opinión, los separatistas ya nos han demostrado quiénes son y qué quieren. Ahora corresponde a los españoles poner remedio.

 

 

Cataluña/Catalunya

Sin democracia, no hay sociedad abierta.

Sin sociedad abierta, no hay democracia.

Palabra de proscrito

 

Bustos, alcalde

Primero lo matamos, después lo juzgamos y, si conviene, le damos la medalla de la ciudad.

Firman: Sus amigos y enemigos del Ayuntamiento de Sabadell

 

¿Cóctel para un cambio de ruta?

Hoy en día, un coup d’État  es algo poco menos que impensable en un país europeo, incluida España. Nos lo dice, además  del orden y el espíritu de los tiempos ahora imperantes, la manera, hecha de osadía, arrogancia y provocación, en la  que el separatismo catalán viene planteando sus exigencias en los últimos meses, habida cuenta que ese separatismo es esencialmente burgués y posiblemente no haya en el  viejo Continente  una burguesía más cobarde y más oportunista que la catalana.

El irredentismo obliga,  pero el burgués siempre apuesta por la seguridad y lo seguro.

Aun así, la conjunción  en nuestro  tiempo y nuestro  espacio de tres elementos como son  una profundísima crisis de Estado (política y social),  una monarquía que necesita con urgencia un recambio  y una implacable actividad destructora del separatismo catalán, cada vez más ambicioso y más arrogante en sus exigencias, nos obliga a pensar, dada nuestra condición de españoles, que las instancias que, más allá de la tramoya democrática, cuidan de la seguridad de España y los españoles, deben de tener prevista una intervención para el caso de que, como ahora mismo,  la situación política y/o social rebase los límites  de la prudencia  y amenace la seguridad de todos y de todo.

Personalmente considero que ese estado de cosas, en especial la situación de la sociedad civil, esquilmada por el fisco,  defraudada  por los políticos de todas las  tendencias y castigada por el paro con sus secuelas (precariedad e indigencia), facilitará la adopción inmediata de medidas radicales y la implantación de un régimen  que constituya realmente  un fin de ciclo y, al mismo tiempo, traiga consigo una nueva manera de hacer política. una nueva manera de organizar las tierras de España y sobre todo una nueva manera de administrar nuestros haberes.

Los españoles estamos una vez más ante nuestra cruda realidad,  ¿cuántos siglos de historia nos contemplan?

Crisis de Estado: Rajoy ante los españoles

Estoy convencido de que, en el asunto de los papeles de Bárcenas, Rajoy, como jefe del Gobierno de España, ha mentido y ha sido obligado a mentir para evitar una crisis de Estado de consecuencias imprevisibles.

Razón de Estado, donde no existe lealtad al Estado.

Sería deseable que la experiencia sirviera de aviso y se adoptaran las medidas pertinentes. Es necesario un Estado nuevo con políticos nuevos y ciudadanos nuevos.

¿Es posible?

 

 

 

 

 

 

Cataluña: movimiento burgués, no nacionalismo

Siempre he dicho que lo que tenemos ahora en Cataluña es en realidad un movimiento burgués, no nacionalismo.

Primera pregunta: ¿pueden los descendientes de trescientas familias arrogarse la representación de todo un pueblo e incluso de toda una sociedad?

Entiendo que el pueblo catalán está formado por los catalanes, mientras que la sociedad de Cataluña está formada por una comunidad de lengua catalana (tres millones de personas en números redondos) y una comunidad de lengua española (cuatro millones de personas en números redondos).

Esa es una realidad que los separatistas catalanes siempre han ocultado en sus alegatos en defensa de la libertad de un pueblo, pero que a buen seguro terminará imponiéndose en nombre de la democracia.

Segunda pregunta: ¿por qué los separatistas catalanes ignoran la deliberada y sistemáticamente la existencia de una comunidad de lengua española en Cataluña y luego incluyen sus miembros (cuatro millones de personas) en ese pueblo catalán que según ellos reclama la independencia?

En cualquier caso, ya hemos empezado a ver que Cataluña –sus instituciones políticas, sus comunidades lingüísticas, sus partidos políticos, etc.– está en manos de una burguesía que utiliza despiadadamente los sentimientos de las personas para su enriquecimiento.

A mi modo de ver, esa burguesía desleal y depredadora es en estos momentos la principal enemiga de Cataluña,  sus gentes y sus instituciones.

 

 

Lengua española y pertenencia

Considero que aquí, en Cataluña, los que no se sienten españoles no deben enseñar nuestra lengua a los niños, pues podemos y debemos pensar que nunca les transmitirán el sentimiento de pertenencia inherente a una lengua materna.  Es más que probable que se la enseñen  como una lengua extranjera, en un plano similar al del inglés, si es que no vierten en ella el odio que profesan a todo lo español.  En definitiva, esos niños no aprenderán debidamente ni nuestra lengua ni nuestra historia ni nuestra cultura.

El drama existencial de los catalanes

Con permiso de Américo Castro, yo diría que el gran drama existencial  de los catalanes con identidad no española consiste en que históricamente su nacionalismo ha sido y sigue siendo una forma de irredentismo.

Y –siempre en mi opinión– ese irredentismo aparece, primero, como fruto y, acto seguido, como causa de un carácter o tarannà que en los momentos difíciles elude sistemáticamente la lucha abierta y opta por alguna de las formas de posibilismo que con el menor riesgo posible conduce a la supervivencia.

Esto me lleva a recordar, primero,  que Hegel define al esclavo como alguien que lo supedita todo a la supervivencia y, segundo, que en este momento histórico los catalanes están catalanizando a los españoles.