Espíritu democrático

A los ojos de Pájaro bobo, el espíritu democrático, considerado subjetivamente, nace de la conjugación, en un tiempo y un espacio concretos,  de los cuatro elementos siguientes:

1)  Una actitud  intelectual del individuo que, derivando de la curiosidad al interés,  le  lleva a conocer la realidad social.
2) Una implicación proactiva  del individuo en lo social,  quiere decirse, una implicación  que concilia y conjuga jerárquica y armónicamente  la defensa y la promoción de  los  intereses particulares o individuales con la defensa y la promoción de los intereses  generales o comunitarios.
3) Una actitud práctica (conducta)  respetuosa con el  orden social  establecido en cuanto marco  de convivencia  y norma conciliadora  de lo  particular y lo general, de lo individual y lo colectivo.
4) Una utilización del lenguaje, en cuanto vehículo de  expresión y comunicación,  respetuosa con las   normas de convivencia definidas como  legítimas, legales  y esencialmente justas.

En resumen, el espíritu democrático parte de una actitud intelectual democrática (1) y, después de pasar por una actitud social democrática (2) y  una conducta democrática (3),  tiene su manifestación  última y primera  en un lenguaje democrático (4).

El lenguaje democrático es síntesis y expresión del espíritu democrático.

Lamentablemente, los españoles, ajenos durante siglos a las grandes corrientes culturales de Europa y herederos  de  una paupérrima tradición  democrática, en pleno siglo XXI  seguimos siendo deudores obligados  del lenguaje dogmático de los púlpitos y del lenguaje imperativo de los cuarteles. Todavía hoy  es frecuente oír expresiones  del tipo «aquí mando yo», «usted está equivocado»,  «el que no esté de acuerdo que se marche», «usted se calla porque lo digo yo », «lo que tú dices es falso», «que nadie venga a darnos lecciones», etcétera. Todas esas expresiones  y muchísimas más que podemos encontrar en nuestros libros y nuestros periódicos, así como en las declaraciones oficiales y no oficiales de nuestros políticos,  son ajenas al espíritu democrático por dogmáticas, imperativas y absolutistas, y, lo que es infinitamente más grave, radicalmente  ajenas  a la actitud que rige e impulsa  el verdadero conocimiento humano.

Hoy, en la Europa más culta y civilizada  el lenguaje dogmático y/o imperativo está reservado básicamente a los ámbitos de la religión y la justicia, habida cuenta que la ciencia tiene su propio código lingüístico y se limita a constatar hechos entendidos como estados de cosas (Sachverhalte).

En aras del espíritu democrático,  los españoles  sin duda haríamos bien en aprender a utilizar las formas modales  de nuestro idioma y, limitarnos a  decir, por ejemplo, cómo vemos o percibimos la realidad y sus accidentes, sin caer en la trampa de las afirmaciones categóricas.

A efectos de convivencia democrática, lo que cada uno de nosotros  dice es una opinión, nada más que una opinión.

Pregunta ingenua e intempestiva: ¿puede hablarse de democracia cuando los presuntos demócratas ni conocen ni utilizan un lenguaje democrático?

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