Al Tribunal Constitucional: Opresión, el modelo catalán y su origen

La palabra dictadura nos lleva a evocar de inmediato regímenes políticos instaurados por la fuerza y asentados en la fuerza. Y, evidentemente, aquí quien dice fuerza puede y debe decir  ejército. Las dictaduras puras son por definición  regímenes militares.

En la moderna historia europea,  el arquetipo de las dictaduras militares es el llamado Tercer Reich (das Dritte Reich) instaurado por Adolf  Hitler en Alemania (1933–1945).  A su amparo surgieron y medraron las dictaduras fascistas de Benito Mussolini y  Francisco Franco.

Curiosamente, mientras Hitler y Mussolini eran civiles que, respondiendo al espíritu de los tiempos y en aras de su misión, se apropiaron el más alto rango militar de su Estado respectivo, Franco fue un militar que,  siguiendo el curso de los acontecimientos, terminó por ocultar o poco menos su condición  y con ella el carácter dictatorial de su régimen.

Por eso se ha dicho  mil veces que, en los últimos años de Franco, su régimen   fue más bien una dictablanda. Si se mantuvo en pie durante tanto tiempo y  el anciano y débil dictador murió de muerte natural en su cama,  fue, en opinión del Insomne, gracias a la ley de la inercia y a esa cobardía que preside  el comportamiento individual y colectivo del ser humano y de la que, lógicamente, no hablan  los libros de historia.

A  mediados de los años sesenta empiezan  a visualizarse los primeros movimientos de los grupos de poder que aspiran  a intervenir en la España posfranquista. Y mientras en Madrid, gerifaltes, caciques  y politiquillos montan intrigas y conjuras,  los curas vascos alojan y protegen en sus sacristías, con el beneplácito y la bendición de algún obispo,   a los trabucaires de una ETA neonata  y  en Cataluña los herederos de las cien familias, burgueses y feligreses devotos de toda la vida, organizan campañas seudorreligiosas y ordenan a sus acólitos y subalternos  que canten y recen  en las procesiones: Volem bisbes catalans!

Ha nacido la vía catalana a la independencia,  pero de ahora en adelante  hay que tener  en cuenta que en  su nueva versión estos   independentistas ya no aspiran a separarse de España sino a sojuzgarla, dominarla,  colonizarla y explotarla.

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El caso es que mientras los gudaris  de ETA, bendecidos por el clero local, se dedican a sembrar el terror en las ciudades y los campos de media España, los representantes de la burguesía catalana se reúnen en conventos y abadías, donde, de una parte, gozan de la protección de sus correligionarios de sotana y hábito y, de otra,  están a salvo de las represalias del régimen feneciente, sabedores de que   Franco siempre se cebó en los comunistas y los  socialistas   que, si antes eran  ateos,  ahora además  le plantan  cara en manifestaciones organizadas y protagonizadas por sindicatos y entidades  ciudadanas  de cuyo obrero y lengua española.

En Cataluña, la lucha contra el tardofranquismo fue organizada y protagonizada en solitario por los miembros de la comunidad  de lengua española, la misma que después sufriría  la opresión de la comunidad de lengua catalana.

Mientras tanto, entre letanía y letanía,  los hijos de la burguesía catalana siguen intrigando en iglesias y conventos.

Ahí se  maquina y se elabora el orden político de Cataluña para cuando se inicie la transición a un régimen democrático. Idea primera y capital: todos los partidos políticos catalanes deben  estar dirigidos y controlados enteramente por catalanes y, a ser posible, catalanes separatistas. Idea segunda e igualmente capital: todos los partidos políticos catalanes deben estar unidos por un pacto secreto  en el que  participarán también representantes del clero, de modo que la política catalana responda a una visión nacional.

La burguesía, sin renunciar a sus intereses y a su ideología, se hecho nacionalista.

Todo eso  significa que los partidos políticos catalanes son fruto de una conjura y con ellos las instituciones de representación democrática  y popular, empezando, claro está, por el Parlamento de Cataluña.

De ese modo,  la comunidad de lengua catalana asume en exclusiva la representación de toda la población de la Comunidad Autónoma y condena al colectivo  de lengua española a la no existencia, a pesar de ser mayoritario y, oh ignominia, a pesar de ser el  que ha protagonizado la lucha   contra el franquismo en las calles y las fábricas  de las ciudades industriales, desde Sabadell hasta el Bajo Lllobregat.

Pero el caso es que esa burguesía cobarde, intrigante y manipuladora se ha hecho con el poder absoluto y, tras definirse como movimiento nacionalista y monopolizar todos los resortes de poder y representación democrática, somete a la comunidad de lengua española a un régimen de opresión  tan monstruoso que llega incluso a negar la existencia de una comunidad de lengua española en Cataluña.

Fruto de esa situación es el llamado Estatuto de Cataluña, elaborado y redactado por los representantes de la comunidad de lengua catalana y con el que se pretende legitimar y legalizar la opresión ejercida sobre la comunidad de lengua española.

Pregunta a los cuatro vientos: ¿es posible que, mediante una cadena de fraudes de ley,  se imponga definitivamente un régimen nacido de una conjura y asentado en la opresión de más de la mitad de los  ciudadanos de Cataluña?

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