Regalos: más allá del chocolate del loro
En opinión del Insomne, la corrupción en todas sus formas y entendida siempre como comercio (no tráfico) de poder y/o influencia es inherente a la política, puesto que de hecho existe desde que la política es política.
Cualquiera que sea la imagen visible y tangible que adopte ese comercio, en el fondo se trata siempe de una transacción del tipo do ut des (te doy para que me des), en el bien entendido de que lo que tú me des después tiene que tener siempre más valor que lo que yo te doy ahora, pues de lo contrario no habrá comercio.
Y es sabido que para que haya comercio tienen que beneficiarse las dos partes.
El secreto está en que lo que yo te doy ahora, proceda o no proceda de mi bolsillo, es para ti, mientras que lo que tú me vas a dar cuando llegue el momento no saldrá nunca ni de tu bolsillo ni de tu cuenta corriente.
Hoy en día, las relaciones humanas en el ámbito de la política son tan complejas y tan oscuras que un político que se precie no tiene necesidad de robar en plan bandolero, ni siquiera en plan mafioso, para lucrarse e incluso para enriquecerse. Basta con que se mantenga bien informado y, llegado el momento, mueva inteligentemente los hilos de modo que uno de sus hombres de paja esté en el sitio justo y actúe en el momento justo, según la fórmula norteamericana.
Dadas las cantidades que, dentro de la política, se mueven en las operaciones de soborno en todas sus formas, el Insomne considera que lo de Camps y Rita Barberá es algo así como el chocolate del loro.
Habría que ir más arriba e hilar más fino.
Mientras tanto no estaría demás poner un poco de orden en esa parcela de la actividad pública y fijar un importe máximo a los obsequios que los políticos pueden aceptar sin incurrir en delito.
La idea responde a una sugerencia de UPyD.
Otra posibilidad sería obligar a todos los políticos a llevar un registro público de sus ingresos extra en metálico y en especie con especificación de la naturaleza y el valor estimado de cada uno de ellos, así como de su destino final.
No es que con ello fuera a ponerse fin a la corrupción política de un país con tan larga y rica tradición en ese campo, pero probablemente se conseguiría algo.
Como tatntas veces, el resultado de la medida dependería del rigor con que se aplicara. Sin olvidar el control del control, habida cuenta que éste suele consistir en poner un sello más o menos oficial con una fecha más o menos ficticia.
Pregunta a los cuatro vientos: ¿alguien cree sinceramente que en la España de las Autonomías puede instaurarse un registro público y veraz de los ingresos extra en metálico y en especie de nuestros políticos?
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