Margarita y el presente eterno
Margarita aparece ahora en mi futuro,
que, cuando llegue, será mi vida y mi pasado,
pero yo quiero vivirlo como el presente eterno
de un corazón agradecido y enamorado.
Margarita aparece ahora en mi futuro,
que, cuando llegue, será mi vida y mi pasado,
pero yo quiero vivirlo como el presente eterno
de un corazón agradecido y enamorado.
Considero que el PP tuvo su oportunidad en Cataluña. Fue hace años, con Vidal-Quadras en la dirección regional del partido. El astuto Jordi Pujol vio el peligro y, ni corto ni perezoso, exigió a Aznar que se lo quitara de encima y se lo llevara lejos de Cataluña.
Aznar obedeció para poder gobernar. Ese fue el precio, que sepamos.
Desde entonces, en Cataluña, el PP no sólo no ha levantado cabeza sino que incluso ha retrocedido peligrosamente. Su situación actual es lamentable.
Y no parece que la visita electoral de Rajoy vaya a contribuir a mejorarla.
Creo que el PP de hoy debería liberarse definitivamente de la corrupción heredada y actualizar tanto su política de propaganda como sus relaciones con los medios de comunicación y la sociedad en general.
El camino que lleva no parece muy prometedor.
El día 21 votaré al PP de Xavier García Albiol.
En mi opinión debería ser suficiente. Para ello el Gobierno español deberá aplicarla con acierto, firmeza y persistencia, sin ablandarse ni dejarse arrastrar al ámbito del juego sucio y la intriga permanente, en el que los separatistas catalanes son invencibles y sobre todo irreductibles.
Ese es su elemento y su alimento.
Lamentablemente, esos separatistas tienen un plan para acabar con España, mientras que los españoles no tienen un plan para acabar con el separatismo.
Para mí eso significa entre otras cosas que, en el supuesto de que caiga derrotado, el separatismo subsistirá, se rehará y a la postre se rehabilitará.
Para ellos cada derrota (parcial y aparente) es en realidad un avance.
Entiendo que a los españoles les falta espíritu de lucha y sentimiento patriótico. Esta guerra no les va.
Aun así, espero que Rajoy no ceda y defienda la ley y su cumplimiento como debe.
Y que Europa le respalde.
Cabe pensar que en 1978, cuando se restaura oficialmente la democracia en España, los separatistas catalanes, dirigidos por representantes de la burguesía condal, tienen ya punto en su imaginación tanto el modelo de la Cataluña que quieren como la hoja de ruta que ha de llevarlos a la meta. Para ello aprovecharán desde el primer momento las muchas posibilidades/facilidades que les va a ofrecer, en esta nueva etapa histórica, el Estado de las autonomías.
Es un modelo que han elaborado, desarrollado y perfeccionado furtiva y sigilosamente durante el franquismo, desde dentro del franquismo y, en buena medida, con la ayuda (involuntaria) del franquismo, de cuya estructura orgánica esa burguesía había decidido formar parte el día mismo de la Victoria.
Alguien acertó a captar con agudeza el cambio social en curso y definió la entonces incipiente y prometedora Convergencia como la auténtica continuación social del franquismo bienhabiente y bienpensante.
El hecho es que, atenta a la nueva realidad socio-política, la burguesía catalana deja de ser nacional para declararse enfáticamente nacionalista y, acto seguido, inicia la construcción de un frente unificado que le va a permitir ocupar con personas y formaciones de su obediencia la mayor parte del espectro político regional y, simultáneamente, copar, una tras otra, todas las instancias de decisión y representación popular del nuevo ente autonómico. El resultado será la implantación, a corto plazo, de una dictadura de estirpe burguesa y cuño marcadamente catalanista con una leve pátina democrática a modo de coartada legal y alivio de disidentes.
Estamos en el último tercio del siglo XX.
La sociedad de Cataluña está formada ahora por dos comunidades político-lingüísticas: una comunidad minoritaria y opresora de lengua catalana e ideología catalanista que ocupa la parte superior del espacio socio-económico, y una comunidad mayoritaria y oprimida de lengua y sentimiento españoles que subsiste en la parte inferior de ese mismo espacio, a pesar de que su existencia ni ha sido ni será reconocida en momento alguno por las autoridades autonómicas.
Con el paso del tiempo y en alas del autogobierno, la comunidad de lengua catalana no sólo acaparará la inmensa mayoría de las instancias autonómicas de decisión sino que incluso se arrogará en exclusiva la representación democrática y oficial del pueblo de Cataluña y llegará a pedir (¿exigir?) su independencia respecto del Estado español en nombre de todos los catalanes. Evidentemente, para sus dirigentes políticos en Cataluña no existe -en realidad, no ha existido nunca- una comunidad de lengua española, como no existen partidos políticos netamente españoles y, mucho menos, niños de lengua materna española.
De acuerdo con el plan estratégico y la hoja de ruta de los futurólogos y programadores del nuevo Estado, esa dictadura burguesa, dogmáticamente catalanista, debía constituir la rampa que facilitara la proyección del país y, llegado el momento, le permitiera acceder a la independencia por la democrátisima vía de la intriga sistemática (conocida en vernáculo como vía de la puta i la Ramoneta).
Pero hoy sabemos que la proclamación de la República Catalana, tramada y/o escenificada en los aledaños del Parlamento autonómico con fecha del 27 de octubre de 2017, fue un fracaso total, habida cuenta de que, además de no conseguir ninguno de los ambiciosos objetivos perseguidos por sus valedores/promotores, permitió al Gobierno estatal actuar de jure y pro jure en Cataluña para adoptar medidas como cesar a los miembros del Govern, suspender temporalmente la actividad del Parlamento autonómico y detener cautelarmente a los dirigentes políticos más conspicuos, influyentes y peligrosos.
Así, pues, deslealtad institucional, prevaricación y sedición entre otros varios delitos graves y/o muy graves.
Además, el comportamiento de los prevaricadores y sediciosos, en especial el de los cabecillas, alcanzó tal grado de indignidad y vileza que, a mi modo de ver, desautorizó y deslegitimó no sólo a los promotores directos de la República Catalana sino también, y de manera especial, al catalanismo independentista en su conjunto, o sea, visto como movimiento político-social e histórico, al que por mi cuenta y riesgo no tengo reparo en condenar aquí y ahora a esa forma de ostracismo perpetuo conocido con el nombre de irredentismo (1).
Afortunadamente, la presencia de más de un millón de personas con banderas españolas en las calles de Barcelona, como respuesta a tanta irracionalidad y tanto desvarío, me lleva a soñar que el próximo día 21 en Cataluña se cerrará el ciclo de una dictadura que sigue amenazando con llevarnos a la ruina económica a través del caos social y se iniciará el ciclo de una sociedad abierta, asentada en el Estado de derecho.
(1) En este caso concreto entiendo por irredentismo la situación de colectivos humanos -naciones, pueblos, grupos étnicos, minorías lingüísticas y/o religiosas, etc.- que hasta el momento presente no han conseguido un estado propio e independiente. Durante mucho tiempo se consideró que, de acuerdo con una maldición bíblica, el pueblo hebreo estaba condenado al irredentismo, pero lo cierto es que en 1948 fundó el Estado de Israel, que hoy es una realidad plenamente consolidada. En la actualidad es frecuente presentar al pueblo kurdo como ejemplo de irredentismo vivo y combativo.
Entiendo que la señora Ada Colau podría reclamar también su condición de bisexual política, pues constantemente insiste en que ella no es separatista y, sin embargo, busca indefectiblemente la compañía de los separatistas catalanes para apoyarlos, aunque, como es lógico, acepta apoyos de cualquier origen y procedencia.
A decir verdad, ahí su bivalencia tiene igualmente una explicación doble. En primer lugar, su actividad actual en Cataluña con intervenciones a uno y otro lado de la línea que hoy separa y divide a sus dos comunidades lingüísticas y políticas. En segundo lugar, sus conocidas intenciones de dar el salto a los Madriles en fecha no lejana y desde allí implicarse abiertamente en la política española.
Moraleja: la bivalencia proporciona siempre un plus, y no sólo en la política catalana.
Por fin, la comunidad de lengua española y sentimiento español de Cataluña ha cobrado conciencia política y presencia pública.
Quiero pensar que ese hecho va a constituir el principio del fin de la dictadura encubierta impuesta en esta región española por las minorías separatistas.
Una comunidad claramente mayoritaria y, a pesar de ello, silenciada, marginada e instrumentalizada de manera absolutamente deliberada durante décadas por los impostores que han venido promoviendo la conjura/proceso independentista.
¿Van a rendir cuentas dichos impostores también por ese delito ante la Justicia?
En El Mundo de hoy, 13 de diciembre, hay un artículo titulado La depresión de la burguesía, de Raúl Conde, que, a mi modo de ver, conviene leer y estudiar, pues me parece a la vez aleccionador y esclarecedor de la situación política que se vive desde hace años en Cataluña. Y, por descontado, también en estos momentos.
Curiosamente, en su contenido el artículo coincide básicamente con la línea que el Insomne ha venido adoptando durante años en lo referente a la burguesía catalana y su posición ante el separatismo, desde su eterno juego de la puta i la Ramoneta hasta el tremendo e inconcebible error histórico que supone sucumbir una vez más (y ya van tres) a manos de los anarquistas, hoy llamados antisistema.
Por suerte para todos, incluidos los sediciosos republicanos de última hora, en esta ocasión esa burguesía, siempre leal a sus intereses, aún está a tiempo de rectificar y es más que probable que en las elecciones del próximo día 21 se imponga claramente el bando constitucionalista, apoyado ahora por los descendientes de las cuatrocientas familias históricas.
Lo contrario es poco menos que impensable para el español medio y, para ellos, totalmente inadmisible.
Me inclino a creer que el bloque constitucionalista ganará con holgura las elecciones del próximo día 21 y en Cataluña volverá a imperar la ley del Estado de derecho, después de décadas de criptodictadura separatista.
Tres elementos decisivos: la gestión de la campaña por parte de Albert Rivera y su equipo, el apoyo expreso del empresariado catalán al bloque constitucionalista y su rechazo de la línea económica preconizada por los separatistas.
Lo que estos han hecho con aberrante obstinación es justamente lo que no hay que hacer para ganar unas elecciones y engrandecer el patrimonio ideológico de un colectivo con pretensiones de movimiento nacional: mentir y engañar ad nauseam, y, por si fuera poco, entregar la dirección política pero sobre todo la llave de la caja de caudales a nuestros modernos anarquistas.
Creo que los separatistas van a perder estas elecciones, pero, más allá de todo ello, creo que ya han perdido su futuro como proyecto redentor (¿y utópico?)
Al menos, durante unas cuantas décadas.
En Ciudadanos veo un partido ganador y con futuro, un partido de gente joven, con una visión atractiva de la realidad española en su conjunto desde una perspectiva liberal, unitaria, a la vez ilusionada e ilusionante.
Y, como parece ser que el Partido Popular piensa seguir aferrado a su ideario y, en especial, a su pasado político, no es aventurado ver y prever que Ciudadanos está llamado a ser el partido de la derecha española, una derecha moderna actual.
Para mí, Albert Rivera es, hoy por hoy, el político español con más aciertos y menos errores en su haber.
A pesar de todo ello, algo me dice que los problemas para España y Cataluña con Rivera y sus muchachos vendrán a medio plazo; concretamente, cuando mande un Ciudadano en Barcelona y un Ciudadano en los Madriles.
Eso será con la segunda generación de Ciudadanos. Naturalmente, sólo si se cumple mi predicción.
Bueno, ya me lo contaréis.
Primer deseo: Que el próximo día 21, el bloque constitucionalista gane las elecciones por mayoría absoluta.
Segundo deseo: Que con esa victoria se ponga fin a la dictadura separatista en Cataluña.
Tercer deseo: Que Xavier García Albiol gane apoyos en Cataluña y el Partido Popular español se regenere y se libere de toda su corrupción.
Imagino a España como organismo sano y equilibrado con un partido sólido y honrado a la derecha y un partido sólido y leal a la izquierda, los dos unidos en lo alto, más allá de todas las ideologías, por un común sentido de Estado y un común sentimiento de pertenencia a modo de clave de bóveda.
Entiendo que la civilización occidental, dirigida en todo momento por sus naciones más activas y más prósperas, se ha creado por las aportaciones de generaciones sucesivas, siempre construyendo sobre lo ya construido.
Construir y, acto seguido, destruir lo construido para empezar de nuevo una y otra vez es a todas luces una irracionalidad.
En esa irracionalidad hemos venido incurriendo reiteradamente los españoles a lo largo de la historia y a causa de esa irracionalidad España está a punto de sucumbir ahora a manos sus fuerzas destructivas.
¿Es ese nuestro destino? Si ese es nuestro destino, nuestra es también la responsabilidad.
Respuesta en las próximas horas.
En cualquier caso, muy probablemente ya nada será como antes. La comunidad de lengua española y sentimiento español de Cataluña ha hecho acto de presencia en la escena pública y ha dejado oír su voz.
Creo que somos mayoría.
Creo asimismo que de ahora en adelante vamos a tener una sociedad con dos comunidades político-lingüísticas, cada una de ellas con sus propios partidos políticos y su propio sentimiento de pertenencia.
Fin de la dictadura separatista e inicio de la sociedad abierta, asentada en la observancia de la ley como corresponde a un Estado de derecho.
El prestigioso semanario alemán Der Spiegel, a través de su comentarista de temas españoles, responsabiliza a Mariano Rajoy de la derrota de su partido y el conjunto de fuerzas constitucionalistas en las elecciones catalanas del pasado día 21.
Dice concretamente que nuestro jefe de Gobierno no conoce la realidad catalana y carece de empatía para abordar y solucionar sus problemas. «Sin él, no se habría producido la (actual) escalada secesionista».
Entiendo que el resultado de las elecciones catalanas del pasado día 21, con la victoria de Ciudadanos, dejó claro que la abusiva y antidemocrática hegemonía de los separatistas tiene fecha de caducidad. Es cierto que éstos conservan todavía el control de muchas de las estructuras e infraestrcuturas autonómicas y de otras creadas por ellos y sólo para ellos, pero también lo es que de ahora en adelante no podrán apropiarse de derechos que no son suyos por vía de los hechos consumados.
Quieran o no, esos separatistas terminarán comprendiendo y aceptando que, demográfica y geográficamente, son sólo una parte de una parte de España. Por lo tanto, si quieren la independencia tendrán que reclamarla únicamente en nombre propio y para ellos, no como hasta ahora en nombre de todos los ciudadanos de Cataluña y para todos esos ciudadanos.
Considero que el resultado de las elecciones del 21 de diciembre en Cataluña ha tenido consecuencias positivas y negativas para España y los españoles, y, por lo tanto, para Cataluña y sus ciudadanos.
Entre las consecuencias positivas, la más positiva ha sido sin lugar a dudas la presentación política de la comunidad de lengua española y sentimiento español de Cataluña, hecho que, en mi opinión, ha significado el fin de la dictadura separatista en esta región española.
Podemos pensar que de ahora en adelante esa comunidad político-lingüística va a estar presente en la vida de esta región española y habrá que contar con ella en todas las decisiones que afecten a su interés general.
En estos momentos en Cataluña hay más de cien entidades que se han pronunciado abiertamente contra los planes separatistas y han presentado proyectos para combatirlos.
Entre esos proyectos, probablemente el más sorprendente es el conocido como Tabarnia, que pretende separar a Tarragona y Barcelona de la autonomía catalana para reintegrarlas directamente en España.
Los efectos negativos los comentaremos en otra ocasión.
De momento, ¡Tabarnia!, ¡Tabarnia!
A mi entender, los resultados arrojados por las elecciones catalanas del 21-D han puesto de manifiesto que el PP tiene problemas gravísimos relacionados con:
la corrupción,
la imagen,
las relaciones con los medios de comunicación,
el programa y su mensaje.
En el PP, la corrupción es un problema histórico y, en parte, heredado, del que, por lo visto, ni ha sabido ni ha querido liberarse. La táctica de Rajoy, echar tierra encima hasta que el olvido lo haga desaparecer, ha resultado ser no sólo ineficaz sino incluso muy contraproducente y hoy la corrupción sigue castigando al partido por la vía del descrédito y la pérdida de votos como en los peores momentos del pasado. Creo que, de una manera u otra, el PP deberá cambiar su dirección para, acto seguido, cambiar de imagen, de táctica y, al menos en parte, de estrategia. Podemos pensar que la presencia de Ciudadanos le obligará a hacerlo.
Tiempo al tiempo.
El cambio del equipo que lleva la dirección del partido parece que es una condición necesaria, no suficiente, para que éste adquiera una imagen pública más agradable y menos reaccionaria. Eso requiere a su vez una relación más amistosa y cercana con los medios de comunicación, que son, en definitiva, los que transmiten al público todos y cada uno de los mensajes y, a través de ellos, el programa del partido.
En resumen, parece conveniente que el Partido Popular repase su línea política desde la Transición democrática hasta el 21-D, cambie los miembros de su dirección y actualice su imagen, sus relaciones con los medios de comunicación y tanto su mensaje político como su programa.
Y, evidentemente, no es buena táctica echar la culpa de todos los fracasos al ciudadano Rivera, pues así seguro que éste terminará apoderándose de todo el espacio político y social de la derecha, además del que ahora ocupan los falsos socialistas del PSC.
Entiendo que España necesita con urgencia un partido sólido y honrado a la derecha como necesita, con idéntica urgencia, un partido sólido y fiel a la izquierda para ser un organismo sano y equilibrado.
Ella, perenne flor de un día,
ha decidido permanecer a mi lado.
Gracias, Margarita,
aunque atisbo que esa noche va a ser para mí
como una despedida sin despedida.