El muchacho, de vena rebelde, incluso anarcoide, acumuló titulos académicos con la brillantez de una mente privilegiada y la ambición de alguien con autoconciencia de ser superior.
Del aula a los medios, de los medios, pero sin soltarlos, a la política. Y ahí sigue, siempre a la espera de su gran oportunidad, la oportunidad de su vida.
Yo le llamé el Bolchevique, que, ironías aparte, me pareció pertinente y es palabra inscrita desde hace bastante más de un siglo en el ideolecto familiar. Por lo visto, el primero en utilizarla fue mi abuelo materno, el tío Hermógenes, que tenía su predio en la Isla de Plasencia, junto al molino de Serrano.
En realidad, el tío Hermógenes se definió siempre como Bolchevique territorial y así quedó para la posteridad.
Fiel a su sino, el Bolchevique se convirtió muy pronto en un activista de palabra y obra (el líder perfecto), siempre en el ámbito de la extrema izquierda.
En 2014, con 36 años, fue nombrado secretario general de Podemos, partido que en noviembre de 2019 pasó a formar parte del Gobierno de España presidido por Pedro Sánchez. Ahora el Bolchevique es vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 del Gobierno presidido también por Pedro Sánchez, pero no se da ni por satisfecho ni por vencido.
Oficialmente, la Subalterna vive de la pluma y debo confesar que, en mi opinión, no lo hace nada mal. Lo que ocurre o creo que ocurre es que, para bien o para mal, la criatura escribe al dictado y, en este caso, el dictador es siempre un miembro de la burguesía catalana y, por lo tanto, persona con posibles en pecunia, contactos e influencias.
Aquí y ahora, la Subalterna es toda una influencer.
En cualquier caso, gracias a su habilidad con la pluma, la Subalterna, además de bien pagada, es miembro vitalicio del rovell de l’ou, término con el que se conoce y se reconoce la élite de la burguesía condal en este territorio.
Puedo imaginar que la mujer, aún relativamente joven y de buen ver, tiene sus ilusiones y sus aspiraciones, pero como se dice comúnmente: El que paga manda.
Lo cual no debe hacernos olvidar que a aquel que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija.
El Prosélito. A pesar de que, en su nueva vida y en aras de su nueva identidad, el muchacho se ha esmerado y esmerilado asistiendo a cursos y cursillos de una prestigiosa universidad catalana, de la que ha recibido los correspondientes títulos, non honoris causa, es fácil ver que es un charneguete de barriada y última o penúltima generación.
Aun así, imagino que tiene buen oído musical y capacidad de adaptación, pero me atrevería a afirmar que habla un catalán de rodalies, detalle que puede malograr o al menos lastrar su carrera política y, muy concretamente, su cargo de portaveu de la futura República de Cataluña.
Evidentemente no sé si superará su condición de prosélito por decisión propia, pero la experiencia me dice que nunca será un sabra, o sea, un miembro auténtico y legítimo del pueblo elegido.