La pregunta del apátrida
Quiero pensar que, si España desaparece, seguiré siendo Ibero e ibero, pero ¿seguiré siendo español si España desaparece?
Quiero pensar que, si España desaparece, seguiré siendo Ibero e ibero, pero ¿seguiré siendo español si España desaparece?
A mi entender existe una izquierda española, a todas luces mayoritaria, que rehuye deliberada y sistemáticamente todo lo español, empezando por el nombre, que lo es de todos y cada uno de nosotros y lo es de nuestro idioma: español, españoles.
¿Por qué? Para mí se trata, en cualquier caso, de una traición que no quiero compartir.
¿Que español es sinónimo de fascista? Pues haz que, al menos en tu caso, no sea así.
Creo que a mí, personalmente, el descalificativo no me afecta, pues, como soy huérfano de guerra, he vivido siempre como rojo, y ahí sigo.
Por lo demás entiendo que traición es, en este contexto, sinónimo de alienación y, como tal, elemento integrante de una ideología.
Entiendo que la izquierda más radical, esa que se remite directamente a Marx y a la que yo, en uso de mi idiolecto, gusto de llamar bolchevique, ha elegido una nueva línea de actuación con el tándem formado por Jaume Roures y Pablo Iglesias, toda vez que si el primero se mueve con habilidad en el mundo de los negocios adscritos al ambiguo campo de la política y los medios de comunicación, el segundo, devuelto a su punto de partida tras una experiencia inicial en la primera línea de la res publica con éxitos y fracasos fulgurantes, parece ahora empeñado en imponer su pretendida superioridad intelectual y, por encima de ella, su desmedida y nunca desmentida ambición en una parcela menos expuesta a críticas y controles, y, por lo tanto, también menos vulnerable.
Jaume Roures y Pablo Iglesias son para mí los nuevos bolcheviques.
Repito. En mi opinión, España necesita con urgencia un partido fuerte, leal y honrado de derechas, y un partido igualmente fuerte, leal y honrado de izquierdas, los dos unidos en lo alto por un sentimiento de amor y lealtad.
Es algo que siempre he echado de menos en este país y que me ha llevado a envidiar a aquellos pueblos que, a mi modo de ver, han tenido y tienen un patriotismo de derechas y un patriotismo de izquierdas, como, por ejemplo, Francia.
Pienso que, lamentablemente, en España el patriotismo es patrimonio poco menos que exclusivo y excluyente de la derecha.
En un momento de nuestra historia reciente pensé que Felipe González podía y debía ser el líder de nuestra izquierda, una izquierda realmente española, pero me equivoqué.
Terminada la pelea, el joven luchador se dejó querer por el stablishment burgués y, al igual que (¿todos?) sus compañeros de barricada y lucha callejera, terminó aburguesado.
Había perdido su carisma y su autoridad.
Repito: España necesita con urgencia una líder para nuestra izquierda.
Unos y otros se dedican estos días a comentar los resultados de las elecciones en la Comunidad de Madrid. El tema predominante es, por supuesto, la derrota del PSOE y sus aliados.
Culpables y responsables han desaparecido de la escena pública como por encantamiento, mientras vencedores y beneficiarios aumentan y prolongan su presencia en los medios públicos.
Todo trivial, conocido y reconocido.
Aun así, a mí lo que realmente me preocupa, ahora y siempre, es el Estado de las autonomías.
¿Cuánto tiempo puede aguantar (pagar) España el coste de las diecisiete (17) comunidades autónomas, amén de las dos ciudades autónomas, con su inmenso despilfarro?
Pienso que seguimos viviendo muy por encima de nuestras posibilidades reales.
Y, lo peor de todo, nos negamos a verlo. ¿Por qué?
Concluidas las elecciones madrileñas, parece indicado hacer balance, sobre todo para la izquierda o, si se prefiere, para las izquierdas, que se han llevado la peor parte.
¿Merecidamente?
En mi opinión, los dirigentes y los partidos de izquierda han cometido muchos y muy graves errores tanto en el planteamiento como en la ejecución de su campaña electoral.
Me permito señalar algunos de ellos.
–División y descoordinación de programas y acciones.
–Actuación catastrófica de sus responsables políticos, en concreto de Pablo Iglesias.
–Falta de un plan estratégico propio de la izquierda ideológica de cuño histórico y por lo tanto unida y unitaria. Una izquierda dividida es una izquierda vendida y vencida.
Y, por encima de todo, considero que nadie puede acusar a Pedro Sánchez de ser socialista y al ya mencionado Pablo Iglesias de ser de izquierdas.
¿Ha muerto la izquierda española?
No lo sé, pero sigo pensando ingenuamente que una España sana y equilibrada necesita hoy un partido de derechas fuerte y honrado, junto con un partido igualmente fuerte y honrado de izquierdas.
De acuerdo con mi modo de sentir y entender las cosas de España, el Estado de las Autonomías responde a un modelo global y globalmente autodestructivo.
Entiendo que el modelo autonómico parte de la disensión y promueve la disensión como razón primera y última de un sistema democrático; la disensión de todos respecto de todo y de todos, de modo que incluso aquel que dice defender y defiende la unidad de España es –¡necesariamente!– un elemento de disensión dentro de la disensión general consagrada como esencia de este perverso sistema democrático.
En definitiva, yo soy uno más en disentir, promover el caos y, mal que me pese, trabajar en favor de la autodestrucción de España.
Me cago en la madre que me parió.
La Vanguardia, órgano oficioso de la burguesía catalana más desleal y más activa en el ámbito de la política, viene reclamando desde hace tiempo el indulto de los políticos acusados de un delito de sedición.
Fieles a su biografía, los amanuenses del acreditado medio escrito barcelonés, ahora en funciones de mensajeros y mediadores, cumplen órdenes y se entregan con su reconocida diligencia al eterno juego catalán de la puta i la Ramoneta, dirigidos en estos momentos por Enric Juliana, hijo de Juliana, desde los Madriles, capital de todas las Españas que es fan i es desfan.
Todos –dirigentes políticos, subalternos y acusados– confían en que al final se saldrán con la suya y conseguirán engañar, ¡una vez más!, a los ignorantes y torpes españoles, aunque, a decir verdad, en esta ocasión no las tienen todas consigo.
Parece ser que alguien de su entera desconfianza les ha soplado al oído que el tiempo de las componendas en secreto y al margen de la Ley ha pasado a la historia de una República que nunca pasó de ser una triste y dolorosa ensoñación.
No es veritat, molt honorable senyor President, Jordi Pujol?
Últimamente, una subalterna separatista exponía su opinión sobre conocidos prohombres de este movimiento burgués en un prestigioso medio de difusión nacional. Al parecer, la buena mujer había conocido y tratado de cerca a algunos de ellos, desde Pasqual Maragall hasta el nada carismático Artur Mas, pasando, cómo no, por Jordi Pujol, y ahora les dedicaba palabras de respeto e icluso de elogio, para concluir con un sí es no es de amargura que, vista retrospectivamente, la lucha catalana y a la catalana manera por la independencia –una independencia sui generis— era a todas luces una lucha perdida.
Efectivamente, al final de todo –maniobras ambivalentes, añagazas, subterfugios, mentiras a mansalva, amenazas pueriles y gestos de simulada buena voluntad– los separatistas catalanes se encuentran ante la realidad suprema: El Estado Español.
Aun así, decido no prestar oídos a sus gestos de apaciguamiento.
Entiendo que los separatistas catalanes, siguiendo un plan elaborado ya antes de la instauración de la democracia en el conjunto de España, se apoderaron dolosa y furtivamente de todas las instituciones de decisión y representación de Cataluña e implantaron en su territorio una dictadura, en un principio encubierta, por vía de los hechos consumados.
Hoy, 30 de abril de 2021, quiero denunciar y denuncio que todas las instituciones de Cataluña son ilegítimas e ilegales, pues proceden de una usurpación por parte de los separatistas, no de un proceso con elecciones públicas democráticas, limpias y transparentes.
Y como todas esas instituciones catalanas tienen un origen ilegítimo, ilegal y no democrático, sus titulares, pasados y presentes, son, sin salvedad ni excepción, delincuentes.
Yo, Ramón Ibero, declaro que todas las personas que han ocupado y/u ocupan libremente cargos en la administración pública de Cataluña son delincuentes.