Miquel Iceta, el hombre de Pedro Sánchez en los Madriles, capital de todas las Españas

Entiendo que la política de la puta i la Ramoneta es la variante genuinamente catalana de la Realpolitik entendida como una manera de llevar o  gestionar los asuntos públicos atenta a  la situación existente en cada lugar y en cada momento, no a postulados morales o de índole similar, casi siempre intemporales y siempre abstractos.

Pragmatismo político y, por encima  y por debajo de todo, económico. Mal que  pese a algunos, hasta el presente la economía ha marcado y marca las vidas de los seres humanos como ninguna otra actividad suya.

Eso es lo que yo pienso ahora de los catalanes como colectivo organizado y provisto de una manera propia de captar e interpretar  la realidad inmediata tanto en el ámbito privado como en el público.

Y supongo que algo así debió de pensar también Pedro Sánchez cuando decidió confiar la gestión de los asuntos relacionados con los territorios españoles a Miquel Iceta, espíritu púnico y catalán auténtico.

Miquel Iceta no es ciertamente un Maquiavelo, tampoco un Rasputin, y en ningún caso un hombre de Estado de la talla de  Metternich, pero ha demostrado poseer perfidia más que suficiente para cumplir su cometido a plena satisfacción de su comitente.

Así las cosas, entiendo que con Iceta, separatista y constitucionalista en días alternos, en el cargo  de máxima responsabilidad para el futuro  de los territorios de España, con Salvador Illa  en el papel del buen separatista en Cataluña y el propio Pedro Sánchez a los mandos de la nave nacional está completa y  a punto para iniciar su labor la triada encargada de  llevar a España del Estado unitario a una república pensada y escenificada como antesala de su desintegración.

Me temo que, si Dios no lo remedia, el paso siguiente y previsiblemente último –la suplantación de España por una  república de Cataluña hegemónica en la península Ibérica– será la síntesis inexorable y fatídica  de todas nuestras traiciones y toda nuestra cobardía.

 

Salvador Illa, el hombre de Pedro Sánchez en Cataluña

Imagino que los asesores de Pedro Sánchez, nuestro actual jefe de Gobierno, le soplaron hace tiempo que los asuntos de Cataluña debían ser tratados por catalanes, sólo catalanes, y, a lo sumo, controlados a distancia por no catalanes (léase españoles).

Que los catalanes son muy suyos y no permiten intromisiones de gente de fuera en sus asuntos y, menos aún, en sus cuentas.

Resulta poco menos que obligado pensar  que Pedro Sánchez, en mi opinión español de tierra adentro con alma de fenicio, se quedó con el soplo y, después de mucho vagar y errar, decidió estudiar a fondo el problema para solucionarlo de una vez por todas.

Aunque no lo parezca, el hombre tiene cabeza y cuenta con recursos.

Entonces, lo primero que se le ocurrió fue buscar un subalterno capaz de hablar y pensar en catalán pero sin pasarse, pues debía estar incondicionalmente  a su servicio y seguir sus instrucciones con fidelidad  y lealtad.

Tarea difícil, pero no imposible.

¡Eureka! Sánchez había dado con el hombre idóneo: catalán y militante del  Partido de los Socialista de Cataluña, pero no un Iceta.

Lo convocó, lo instruyó, lo convenció o eso creyó.

Los días siguientes estuvo hablando con él  de tú  tú y explicándole las líneas maestras de su futuro cargo, amén de algunos detalles de especial interés para ambos, jefe y subalterno.

Este último  debía mostrarse a la vez discreto y cercano, riguroso y cordial, pero por encima de todo debía ser leal a su superior, dada  su condición de jefe del Gobierno de España.

Y así fue como Pedro Sánchez dio con Salvador Illa, al que nombró candidato a la presidencia de la Generalidad de Cataluña con la idea de que, tan pronto como se convierta en presidente, los dos juntos puedan  poner en práctica el plan para controlar y dirigir Cataluña sin que su burguesía se soliviante a cada momento, pues tendrá poder político, sí, sí, sí, poder político auténtico, sin cortapisas ni intermediarios.

El nuevo presidente de la Generalidad será uno de los suyos y se comportará como uno de los suyos.

 

La prueba del coronavirus

Es evidente que la actual pandemia está poniendo a prueba a las sociedades nacionales, entre ellas la sociedad española, sus instituciones y, ante todo, su Sanidad, pero también, y en no menor medida su población, desde las clases dirigentes hasta los trabajadores y los jubilados, pasando por los niños y los ancianos.

Todos vamos en el mismo barco y la pandemia no hace distingos. Todos somos víctimas potenciales.

Como es lógico, la eficiencia de los servicios sanitarios y la organización de su población determinarán en buena medida, junto con diversos factores coadyuvantes, la mayor o menor capacidad de una sociedad nacional para hacer frente con éxito a la pandemia.

¿Cuál es la capacidad de España en cuanto sociedad nacional para hacer frente con éxito a la pandemia?

De momento no lo sabemos.

Aun así, dentro de esa misma línea me atrevo a preguntar ¿qué sería de Cataluña con  su caos social, político y económico, agravado, no causado, por la  pandemia, si fuera   independiente en estos momentos?

En cualquier caso, de ahora en adelante podremos hablar de la prueba del  coronavirus.

 

Salvador Illa y el plan de Pedro Sánchez para Cataluña

Quiero pensar  que en el fondo Pedro Sánchez nunca se fió de sus correligionarios, los sedicentes Socialistas de Cataluña. ¿Puede alguien con un mínimo  conocimiento del ser humano (Menschenkenntnis) fiarse de  Miquel Iceta o cualquier miembro de  su banda?

Difícilmente.

En este caso parece lícito imaginar  que nuestro doctor cum plagio entra en el juego -la Operación Cataluña- sabiendo  plenamente  a quiénes tiene a su lado y a quiénes tiene enfrente.

Todos son separatistas, todos y cada uno de ellos están integrados en un mismo y único plan estratégico, aunque con funciones propias y diferenciadas en el plano táctico.

La innovación del doctor Sánchez consiste, a mi entender, en que ahora él acierta a distinguir entre separatistas buenos y separatistas malos. Los necesita para su plan y los quiere utilizar.

Como separatista bueno Pedro Sánchez elige a Salvador Illa, hombre aún no estigmatizado públicamente como separatista y por lo tanto apto para asumir el papel del separatista bueno que ha de representar en Cataluña, primero, al PSOE  y, después, al Gobierno de España. Todos los demás comparecientes e intervinientes en la operación (desde Puigdemont hasta Junqueras pasando por los Pujols y Pujolets locales y comarcales )  son separatistas malos a los que hay que hacer frente, aunque sólo sea para montar y escenificar la pantomima.

En definitiva, con ello se pretende que a la postre Cataluña y sus cosas queden entera y exclusivamente en manos de los separatistas: unos -los separatistas buenos encabezados por Illa- en representación del Gobierno de España-,  otros -los separatistas malos integrados en un partido único- en representación de sí mismos y del sector de la burguesía irreductiblemente desleal a España.

Me permito advertir por último que, de acuerdo con mis previsiones y predicciones, la Operación Cataluña se inscribe en el proceso de desnaturalización de España y su paso de un Estado centralista a una república imposible, víctima del caos.

Me gustaría imaginar que, aún entonces, España seguirá siendo la Patria de mi infancia.

 

De la España desnaturalizada a la república imposible

Muerto el Dios de mis cuentos infantiles y condenada a muerte la patria de mi infancia aterida, me dispongo a asistir al que para mí será probablemente el último capitulo de su historia y  mi vida.

Veo una España desnaturalizada que, en aras del nuevo espíritu de los tiempos, deriva en una república imposible por obra y desgracia de nuestros socialistas apátridas y nuestros separatistas con ADN fenicio.

De momento, falsos socialistas y separatistas auténticos están hundiendo a España y los españoles en un caos sistémico presidido por una irracionalidad absoluta: todos contra todos.

Los falsos socialistas han rechazado el orden capitalista y ahora se empeñan en instaurar una república imposible hecha de gestos fraternales  y ensoñaciones en torno a una sociedad sin clases, mientras que nuestros separatistas más auténticos y desleales pretenden no sólo destruir España,  Estado intrínsecamente fascista y opresor, sino incluso suplantarla dentro y fuera de sus fronteras de acuerdo con un futuro nuevo orden político de la península Ibérica.

Entiendo que España, oficialmente Estado responsable de la situación, acusa las consecuencias de años, incluso décadas y siglos de negligencia en el cumplimiento de sus obligaciones.

Parece ser que la suerte ya está echada.

¿Puedo soñar todavía con la Patria de mi infancia?

 

Perdidos en el laberinto

Jordi Juan, director de La Vanguardia, órgano oficioso  del catalanismo burgués institucionalizado, comenta hoy el panorama socio-político  de esta futura región española  -¡sólo región!-,  llamada y escrita Cataluña,  ante las improbables elecciones del 14 de febrero próximo.

Lo hace a vuelapluma y desde la distancia, pues declara: Todos parecen perdidos en el laberinto.

Entiendo que «todos» son todos ellos. Él ni está con ellos ni pertenece a su colla.

Parece ser que, como hombre previsor  y enterado, Jordi Juan se ha apartado a tiempo de la caterva de irresponsables que están llevando el país, su país, a la ruina económica, política y social. Sobre  todo económica, que para un burgués catalán no es la ruina más temible pero sí la más temida.

Él, como director de La Vanguardia,  no quiere estar ni un minuto más en el bando de los perdidos y perdedores.

En mi opinión, esa idea, convertida en consigna, podría marcar la evolución y consiguiente posición de la burguesía condal en un futuro inmediato.

Con y sin elecciones, pues parece obligado pensar que seguiremos sumidos  en la ciénaga durante algún tiempo.

¿Ciénaga? ¡Sí, la ciénaga catalana!

¿Todos? ¡Sí, todos los españoles!

 

Consideraciones sobre el nacionalismo catalán

Entiendo que el llamado nacionalismo catalán empezó siendo esencialmente un movimiento burgués y, transcurrido un siglo y medio desde sus primeras manifestaciones, sigue siendo básicamente un movimiento burgués.

Movimiento burgués, primero, ilustrado y, después, mercantil.

En él se sigue echando en falta la presencia de ese elemento popular que aportan la capas inferiores de la sociedad, sólo las capas inferiores de la sociedad,  y sin el cual no parece lícito hablar de nacionalismo entendido como fenómeno social inclusivo o, si se quiere, nacional.

Con la toma del poder desde arriba, la burguesía catalana se empodera en cuanto que adquiere y asume poder político propio, pero en cierto modo se desentiende del proletariado urbano o, por mejor decir, suburbano surgido de la Revolución industrial, acaso el gran eje vertebrador del  próximo orden social.

Entiendo, pues, que la burguesía catalana, atenazada a un tiempo por Francia y España, Estados centralistas por antonomasia, pierde el tren de los nacionalismos surgidos en la época romántica, mientras que, en contrapartida, su proletariado sobrevive y  busca refugio  en la inmunidad del rebaño avant la lettre. 

Las capas inferiores de Cataluña y con ellas el proletariado industrial hablaban y siguen hablando español.

 

Cerco y asedio de las autonomías al Estado en estado de alarma

Leo el titular capital  de un medio escrito de difusión nacional y, más afligido que alarmado, remedo y escribo: Cerco y asedio de las autonomías al Estado en estado de alarma.

Eso y lo que aún está por venir lo viví en forma de pesadilla cruel y disparatada  durante la escenificación de la  pantomima política llamada Transición democrática,  hace ya más de cuarenta años.

Aflicción sin duelo en una España sin españoles.

Vargas Llosa: «Los nacionalismos han sido la desgracia de este país».

El escritor peruano y español  ha declarado en el curso de una entrevista concedida a un colaborador de un periódico madrileño que «los nacionalismos han sido la desgracia de este país».

En cierto modo comparto la idea esencial y, ante todo, el sentimiento que alienta en las palabras de nuestro premio Nobel, pero a fuer de sincero debo confesar que para mí la desgracia  de España, incluida su más que posible ruina como realidad política, histórica, social y cultural, radica hoy en la falta de un sentimiento patriótico auténtico en sus ciudadanos, un sentimiento patriótico capaz de  imponerse con lealtad y entrega a toda posible forma de cainismo.

De hecho, la desintegración de España a  la que estamos asistiendo con actitudes que van desde la impotencia claudicante  hasta la cobardía sumisa  puede y acaso debe entenderse como la suma de todas nuestras cesiones y concesiones a esos a los que Vargas Llosa llamaría ahora nacionalistas y para mí han sido siempre separatistas.

En un acto de rara lucidez y sinceridad, nuestro compatriota confiesa que «cuando ganas el Nobel, se supone que ya eres una estatua y estás muerto».

En cualquier caso, ahí están algunas de las  cesiones y concesiones, no todas,  que, convertidas en otras tantas traiciones a nuestra Patria, han cristalizado en monstruosidades jurídicas y políticas como la llamada «Ley Celaá», que margina, prohíbe e incluso penaliza el uso del español, idioma oficial de España, en territorios e instituciones del propio Estado.

A mi entender, esa monstruosidad jurídica y política, amén de social, preside la hoja de ruta y marca la deriva que pretende llevarnos a la ruina como Pueblo, como  Nación  y como Estado.

Considero que Vargas Llosa tiene razón cuando dice que los nacionalismos han sido la desgracia de este país, pero se queda corto, muy corto.

 

¿Primera añagaza de Salvador Illa en su nueva etapa?

Salvador Illa se ha apresurado a declarar que en estos momentos está concentrado  totalmente en la lucha contra el coronavirus, motivo por el que no ha querido pronunciarse sobre las elecciones catalanas y su aplazamiento (La Vanguardia, 16-1-21).